9 feb 2012

Llave de plomo

La inseguridad contada desde una pupila lastimada.

15 de agosto, 2011. Andrea está en el teléfono, tiene una conversación tonta con su padre, como cualquier otra, y antes de colgar, escucha por última vez su voz, sin saberlo.


Ella camina. Entre muchos estudiantes. Pero esconde bajo una coraza un dolor que lleva consigo de la cama al pupitre todas las mañanas. Su cabello marrón se confunde con negro, mira el mundo con ojos de cacao, críticos y serios, y su andar melancólico se mezcla con una expresión que grita fuerza y debilidad, con una tímida sonrisa metálica que duda en aparecer, o tal vez, simplemente, aún no quiere. Se sienta y recuerda en su llanto, tratando de controlarlo, la vida que tenía hace cuatro cortos pero eternos meses.

- Nunca pensé que me iba a pasar esto a mí. Nunca. Ni en sueños logro hablar con él.

Eso es todo lo que tiene Andrea, se aferra a sus sueños. Necesita que su padre se voltee, necesita una respuesta. Pero no la encuentra. Su papá está de espaldas, la mirada no está sobre ella. Andrea se despierta, llorando.

- Yo no estoy tan bien. Lo extraño.

Las lágrimas caen por sus mejillas. La mirada que busca Andrea la encuentra en otros ojos. La ve en las pupilas coloradas de Diego y Maurizio, sus hermanos. Oye la voz de su padre en las frases que sus bocas sueltan con el tono de un infante inocente, pero no ciego ante la muerte. Andrea abraza a Maurizio, un pequeño de tres años que viene seguido de Diego, quien en su inteligencia colmada de amor no puede más sino entender que algo no está bien.

- Lo siento, Andre. Yo sé que tú lo extrañas.

Y Andrea sabe también que él lo extraña. Y que ambos, al cerrar los ojos, esperan una visita en las madrugadas de quien les daba la mano para llevarlos a la piscina. Maurizio lo busca, sin comprender que a partir de ahora, debe nadar sin los brazos fuertes que lo sostenían. Él se sumergirá en las aguas tomado de la mano de los recuerdos, de aquellos que Andrea sabe que debe mantener vivos en la memoria de sus hermanos.

- Verlos es como una esperanza para mí, porque es como ver a mi papá. Yo no quiero que mis hermanos se olviden de mi papá, ese es mi miedo. Y ese va a ser mi trabajo: recordarles a ellos todo lo que era mi papá.

Una bala puso fin al transitar de Juan Carlos Losada, dejó su número anotado en las cifras que aparecen en las páginas de los periódicos, y que fríamente son leídas en las mañanas por los venezolanos, y luego lanzadas a la basura para ignorarlas y reír hasta que inesperadamente, la llave de plomo le abra la puerta de la muerte a otro venezolano.

- Aquí no hay futuro. Hasta que no te pasa a ti, tú no entiendes qué grave está la situación de Venezuela. La gente no se toma nada en serio. Nada. Tú no te imaginas que la muerte está tan cerca. Me pregunto por qué… ¿Por qué, por qué, porqué?... Todos los días lloro, y todos los días me acuesto y lo recuerdo… y digo: ¿Qué es lo que está pasando en este país?

Habla con la voz cortada, habla con lágrimas. Habla con un dolor sincero. Se reprocha a sí misma las veces que perdió el tiempo en peleas, y reprocha a quien llora en muerte a quien en vida no fue respetado. Duda de su fuerza, pero en su convicción se deja ver la voluntad de una sangre joven que dejará en alto el orgullo de su apellido. Es imposible poner en letras la voz que añora el regreso sabiendo que no existe. Es imposible usar los pies de quien camina en vidrio, porque nadie quiere sentir ese dolor. Sólo lo siente el que no tiene otro camino. Es imposible entender su sufrimiento. Nadie puede. Intentan, pero no pueden.

- Yo no soy la misma de antes. No lo soy. Siento que algo dentro de mí se murió. Yo estas navidades no tengo nada que celebrar. Hasta el día de hoy yo espero que mi papá me hable.

Pocas veces levanta la mirada, pocas veces mira a los ojos, a veces habla de su papá en pasado; otras, en presente. Mezcla los recuerdos con lo que vive ahora, una rabia por haber enterrado a su papá y saber que el cementerio es ahora donde ella lo visita y le lleva flores todos los fines de semana. Andrea, como muchos otros, perdió la esperanza en Venezuela.

- Me da igual lo que pase en este país. ¿Cómo voy a ser una periodista así? A él le daba miedo que yo estudiara periodismo… Ya se puede quedar tranquilo, porque esa no es la mención que yo voy a agarrar.

Andrea tiene recuerdos. Son infinitos.

- Él era un ejemplo para mí. Él siempre estuvo ahí. Mi papá era la persona con la que mejor hablaba.

No comprende.

- Es una muerte totalmente absurda. Es algo absurdo. Todos tenemos el tiempo contado.

Siente dolor.

- Alguien tiene que pagar… Alguien tiene que pagar.

Siente culpa.

- Si yo solamente le hubiese pedido que me viniera a buscar, o que fuéramos a otro lado… Quizá yo pude haber cambiado esa situación.

Suelta infinitas lágrimas. No se secan desde hace cuatro meses.

- Nadie está viviendo el dolor de lo que pasó. Tú vas al velorio de alguien y entiendes el dolor. Pero no es lo mismo vivirlo… No es lo mismo vivirlo.

No lo cree.

- Yo siempre vi la muerte muy alejada. Siempre pensaba que mis papás iban a ser eternos. Nunca se espera que el día de mañana maten a tu papá. Y menos así.

Pero tiene voluntad.

- No sé de donde sacaba la fuerza para seguir adelante. No tengo ni idea.

Tiene motivación.

- No me gusta ser la víctima, pero sí me gusta ser ejemplo, para que las personas entiendan que tener discusiones con su familia, no lo vale. El día de mañana te puede pasar así.

Tiene fuerza.

- Tengo que salir adelante por mis hermanos. Todo va ligado también a mi misma, pero todo se enfoca hacia ellos.

Y su padre… está en la Eternidad.

- Él no se va a ir. Él está conmigo.


                                         

Agradezco inmensamente a Andrea por compartir su historia conmigo (Protejo su apellido por seguridad).