23 abr 2014

Diálogos caraqueños -5-

[Te mostramos lo que los caraqueños dicen a viva voz cuando creen que no hay nadie registrando en su mente cada detalle de sus frases. Es nutritivo hacer el ejercicio de prestar atención a tu alrededor. A veces te sorprendes. Escuchamos cosas muy tristes, otras brillantes, otras simplemente inocentes. Aquí te mostraremos un poco de todas]

Envía tu colaboración a @PupilaCaraquena



En la cola de un quiosco de la UCAB, dos estudiantes de lo que suena como Contaduría, se quejaban a viva voz.

"Qué ladilla la gente repetidora. Me dijo: 
- ¿A qué clase van?
- A Micro.
- ¿a Micro?
- Sí. A Micro, con Patricia.
- Ah, ¿Micro con Patricia?
- ¡Sí, maldito, Micro con Patricia! "


***


"Qué risa cuando las mujeres se limpian la pantalla del celular con la teta"
(Una estudiante a otra en Parque Cristal)

***

"Yo seré perra pero no perreo"
(Una mujer a otra en Los Caracas) 

***


Las venezolanas y su nivel de detalle para fijarse en qué está bien y qué está mal en las demás no se escapa a ningún círculo social, menos en una cola de supermercado, que ya es nuestro lugar más activo para hacer amistades. La cajera del Unicasa de El Paraíso no solo le cobra a las clientes, sino que les corrige el look:

"Tienes las pestañas como cucaracha cuando está saliendo de la cáscara. Debe ser que te echaste polvo y te quedaron blanquitas"

Colaboración de Andrea Miliani.



Diálogos caraqueños *en las marchas*

Aquí una recopilación de lo que he escuchado en las marchas opositoras del último mes (puedes enviar la tuya a @PupilaCaraquena)






"Tengo ganas de quemar caucho un ratico"

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"Yo lo que quiero es una arepa"

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"Coño, ojalá me encuentre a mi otorrino para pedirle la cita de una vez" (marcha de los médicos, Plaza Venezuela)

***

"¿Por qué las que estudian odontología están tan ricas? Es como un requisito" (marcha de los médicos, Plaza Venezuela)

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"Si la chama sabe que estás en una marcha y te escribe cuando la cosa se pone fea, va pendiente" (Colaboración de @NolanRada)

***

"A mi lo que me ladilla es la quemadera de caucho" 

26 mar 2014

Diálogos caraqueños -4-


[Te mostramos lo que los caraqueños dicen a viva voz cuando creen que no hay nadie registrando en su mente cada detalle de sus frases. Es nutritivo hacer el ejercicio de prestar atención a tu alrededor. A veces te sorprendes. Escuchamos cosas muy tristes, otras brillantes, otras simplemente inocentes. Aquí te mostraremos un poco de todas]

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Un baño de la UCAB exhibía un reflejo de diez mujeres amontonadas mirándose al espejo. Una de ellas hablaba con su compañera, tocándose la nariz recién operada mientras la otra la consolaba por su sufrimiento.

"Sonreír es todo un suplicio. Yo como que no sonrío más. Amargada pero linda"


***

Los consultorios médicos son levadura para conversaciones sin ningún tipo de inhibiciones. De vez en cuando, también, aparece un erudito que comparte su sabiduría con el resto de la sala. Ese día todas las personas estaban ensimismadas en un cuchitril de dos metros cuadrados. Eso no impidió que la madre de una embarazada obligara a todos a enterarse de su presencia.

"¿y qué le dijo el médico?"

"Ese y que le vio piripicho pero yo le dije que estaba meando fuera del perol. Mírale la forma a la barriga, ¡esa vaina es una niña!"

***

La iStore de el Centro Comercial Líder no se salvó de las colas. La formación de personas esperando por servicio técnico salía hasta el pasillo.A la hora de pagar, un moreno papeao y con facilidad para la risa atendía las personas. A ratos se distraía mostrando a su jefa textos en la computadora que, por supuesto, tenía una manzana estampada en el centro. Le enseñaba hasta literatura...

"Este tipo tiene un libro arrechísimo, tienes que leerlo. Yo nunca lo he leído pero sé más o menos de qué trata"


24 mar 2014

Personajes de Caracas: El pulpero mayor

Por Jorge Botti


En las profundidades del sótano de La Gran Pulpería del Libro Venezolano permanecen escondidos la historia del país junto a los recuerdos de aquel que dedicó su vida a recopilarla, Rafael Ramón Castellanos. He aquí su perfil de vida



Rafael Ramón Castellanos nunca olvidará el día en que se tomó su primer güisqui. Al librero de 82 años no le cuesta narrar con su voz arrulladora, similar a la de un antiguo tocadiscos, lo que pasó aquella tarde de 1955 cuando el poeta Pedro Pablo Paredes lo invitara al bar El Parral en la avenida Urdaneta a conversar acerca de su primer libro Canto Azul con un par de tragos. “Esa vaina me llenó el corazón de alegría”, recuerda. Anticipaba una buena crítica por parte de la eminente figura.

Paredes ordenó dos güisquis, y tras saborear el suyo durante un tiempo que para Castellanos pareció infinito, dijo:
 —Su poemario, Canto Azul, merece una segunda edición.

Lo había logrado. Castellanos ya saboreaba su carrera como escritor, tal y como lo había soñado a los 12 años cuando creó su primer periódico escolar Luz en Las Moristas, Edo. Trujillo.

Paredes sacó un papelito arrugado de uno de los bolsillos de su saco, lo dobló y, con una pluma en la mano, continuó:

—Aquí está la segunda edición de su libro. Aquí se leerá su nombre y el nombre de su obra, y en el reverso se escribirá: esta segunda edición, constante de dos páginas, se terminó de imprimir en Caracas, 1955. Que tenga un buen día, Castellanos.
Se paró y se fue.

Rafael Ramón Castellanos ha escrito hasta la fecha 72 libros entre los que destaca Sucre creador del Derecho Internacional Humanitario por el que recibió el Premio Internacional Gran Mariscal de Ayacucho. Fue Encargado de Negocios en Paraguay durante el gobierno de Rómulo Betancourt, Cónsul de la República en Colombia durante el primer gobierno de Rafael Caldera y Director de Publicaciones de la Presidencia durante los mandatos de  Luis Herrera Campins y Ramón J. Velásquez. Pero su mayor legado, como lo aseguran el historiador Rafael Arraiz y su hijo Rómulo Castellanos, es la Gran Pulpería del Libro Venezolano.

La Pulpería

Rafael Ramón Castellanos nunca olvidará aquella anécdota que le contara el ex presidente colombiano, Belisario Betancur. Se encontraba reunido en Caracas junto a unos colegas con quienes había sido observador de unas elecciones presidenciales, cuando, como si recordara una cita de suma importancia, interrumpió la conversación:

—Tengo que irme mis amigos porque voy a bajar hasta la cultura.
El ministro chileno de asuntos electorales, extrañado, le comenta:
—Me suena tan rara esa frase, bajar hasta la cultura.
—Usted no conoce la Gran Pulpería del Libro Venezolano. Échese un viajecito.

La Pulpería, como se le conoce en Caracas, es una librería ubicada en Sabana Grande con más de 2 millones de libros. Todos se encuentran apilados en docenas de estanterías en un sótano de 830 metros cuadrados que asemeja un intrincado laberinto impregnado por un aroma ácido y dulzón, propio de los libros con más 20 años de vida.

“Probablemente no haya ninguna librería en América Latina con las dimensiones que tiene la librería de Castellanos”, dice el historiador Arraiz, quien además confiesa que es una fuente fundamental para su trabajo: “A veces consigo libros ahí que ni siquiera están en las bibliotecas”.

Los libros y la lectura siempre han sido la pasión de Castellanos. En 1955 fundó su primera librería llamada Primicias Literarias para luego fundar en 1962 la librería Historia. En 1981 nace en el Pasaje Zine en la avenida Universidad la Pulpería del Libro Venezolano que luego en 1999 tuvo que mudarse a Sabana Grande por problemas de espacio y ser reinaugurada con su nombre actual.

Castellanos, que siendo doctor en Filosofía y Letras, historiador, y periodista, prefiere llamarse a sí mismo librero a secas, tiene 58 años recopilando libros para su librería. “Nadie puede hacer hoy lo que hizo mi papá con aquella pasión, dedicación y gusto. La Pulpería es la vida de mi padre”, comenta Rómulo Castellanos.

Cuentan las leyendas urbanas que Rafael Ramón Castellanos, a sus 82 años,  sabe exactamente cuántos, cuáles y dónde se ubican todos los libros que conforman su librería. Sus hijos Tania y Rómulo confirman los rumores.

Tania, quien hoy se encuentra a cargo del negocio, relata que su padre tiene la capacidad de ubicar los 2 millones de libros solo con el uso de su memoria: “Una vez me pidió que le buscara un librito rojo que se encontraba en el quinto estante, tercer entre paño, número 20. Para mi sorpresa, ahí estaba el librito”.

Don Rafael, como suelen llamarlo en la calle quienes lo conocen, ya no atiende personalmente la Pulpería. Sin embargo, no deja de llevar el control de la compra y venta desde su casa en Caurimare donde podría tener otra librería por la cantidad de libros apilados en todas las esquinas.

“Mi papá, siendo librero, es el peor vendedor de libros. Si no quería venderlos, no lo hacía. Decidía a quien vendérselos y a quien no”, asegura su hijo Rómulo, menor de seis hermanos: Juliak Nova, Tania Ivonne, Xiomara Nohemí, Dhinora, Rafael y él.

Su padre, en cambio, concibe su profesión de otra manera: “Ser librero no es vender libros, ni comprar libros. Si no entender la forma en que se difunden las ideas. Debe saber decirle a la gente qué es lo que debe leer, enseñarle un camino, no vender libros como si fueran chinchurrias [intestino delgado del ganado vacuno].”

La pasión de Castellanos nació hace 78 años, en Santa Ana, Edo. Trujillo, en 1935.

El campo y la lectura

Rafael Ramón Castellanos nunca olvidará su primera lectura. Sin mayores esfuerzos, acude a los recovecos más recónditos de su memoria para contar cómo, cuando tenía cuatro años, sus padres, Efigenio Castellanos y Evangelina Villegas, lo castigaron obligándolo a leer frases de un periódico que revestía una de las paredes de su casa.  Su madre le indicaba:

—Cuando usted termine de leer todo eso y me pueda explicar qué dice y qué significa, su castigo terminará.

Los periódicos que leía y releía para pagar su castigo eran La Esfera y El Heraldo que, 78 años después, sigue sin saber cómo llegaban a su pueblo.

Nació el 7 de agosto de 1931 en un pueblo campesino llamado El Blanco cerca de Santa Ana en el Edo. Trujillo, para luego mudarse cuatro años después a Las Moristas, poblado dentro de una hacienda cafetalera. Vino a Caracas un año antes del encuentro en El Parral con Paredes, en 1954, con la intención de estudiar periodismo en la Universidad Central de Venezuela.

“En otra época leí fragmentos de relatos breves. No sé si ex profeso, papá y mamá ponían esas páginas en las paredes, creo que sí”, recuerda Castellanos. Sus fragmentos favoritos eran los de Rómulo Gallegos y Ricardo Guiraldes porque hablaban de caballos.

Los hijos de Castellanos también debieron pagar castigos similares. Tania Castellanos recuerda que sus hermanos debían escribir composiciones de los pájaros que cazaban con sus chinas. Su padre les decía: “No se pare de ahí hasta que no me haga una composición.”
“Mi padre tiene un carácter muy fuerte. Uno no podía contestarle. En la casa siempre debía hacerse lo que él decía. Cuando a uno lo regañaban debía agachar la cabeza”, confiesa Tania Castellanos.

“En una ocasión me pidió que conversara con el ex presidente colombiano Belisario Betancur que estaba de visita por la Pulpería porque no tenía ganas de hablar pistoladas”, asegura Rómulo Castellanos que trabajó junto a él en la librería hasta que sus caracteres chocaran. Discutían por todo. Incluso por la cantidad de estantes que debía tener la librería. “Él siempre ha hecho lo que le ha dado la gana”, sentencia.

Sin embargo, no esconde su orgullo  cuando reconoce el valor del trabajo que ha hecho su padre: “Mi papá es el conservador cultural de esta ciudad. Gran parte de la memoria de Venezuela se le deberá a él, por su obra, La Pulpería.”
***
—Don Rafael, ¿por qué le gustan los libros?

Los libros son miel… a quién no le gusta la miel.

17 mar 2014

Jorge Glem: el rey del cambur pintón

Jorge Glem no habla español, habla música. Sus manos se convierten en una estela apenas visible por el ojo humano cuando toca las cuerdas del cuatro. Es él, integrante de C4 Trío y cabeza de varios proyectos personales, quien lleva a cuestas la tarea de llevar el instrumento a otros países y a otros géneros



Conseguir que alguien diga un defecto de Glem es misión imposible. Todos se deshacen en cumplidos. Después de un par de frases para describirlo, llegan a la misma palabra: humilde. “Es eso que lo abraza a uno”, dice Gualberto Ibarreto. Tienen ya siete años conociéndose, pero para Glem llevan una vida juntos. “Gualberto estaba en mi casa, sin saberlo, desde que yo era bebé”, dice el cuatrista, quien sin conocer a su ídolo ya lo llamaba “tío”. Hoy le pide la bendición y él se la concede sin titubear.

Su nombre empezó a sonar en la industria musical hace una década. El concurso La Siembra del Cuatro dio a luz a su primera edición el día 4 del mes 4 de 2004. Una fecha “cabalística” según su fundador, Asdrúbal Cheo Hurtado. Como muchas historias de películas, no ganó. Pero fueron sus acordes los que pasaron como un murmullo de boca en boca hasta convertirse en un grito que retumbaría en las paredes de la música venezolana. “Apenas lo vi pensé ‘aquí hay un gran músico’. Lo supe inmediatamente”, dice David Peña, bajista de Ensamble Gurrufío. En 2005 Glem se llevó el primer lugar.

Comenzó la grabación de su primer disco Cuatro Sentido ese mismo año. Peña, apodado El Zancudo, le hizo las de bajista. Mucho trabajo hubo antes de esa fecha. Para ese entonces ya llevaba en su bagaje musical un trofeo del festival de música llanera El Silbón de Oro y varios años en el Instituto Universitario de Estudios Musicales (IUDEM). Había llegado a Caracas en el año 2000 con una mandolina bajo el brazo, pero con el cuatro en el corazón. Ese que le regaló su madre a los seis años y que aún está entre los peroles amontonados de su cuarto en Cumaná. Porque eso sí tiene, “es terriblemente desordenado”, dice su hermana, Lourdes Glem.

Cumanés de pura cepa

De su tierra carga consigo las tonadas de joropo, una ese que cambia por zeta y una chispa oriental. “Siempre anda con un chiste en la boca”, según Ibarreto. Y es así. No deja pasar los minutos para dar entre chistes lecciones de cómo ve la vida. “Es como Guguel Er [Google Earth]. Desde arriba tienes dos punticos ahí que son igualitos, no ves quien es mala persona. No puedes creer que eres superior porque esa persona sea ignorante en lo que tú sabes, porque tú eres ignorante en lo que esa persona sabe”, dice Glem. Ahí radica el encantamiento que echa sobre el público cuando está en las tablas de un escenario.

Improvisa en su música y en su vida. Lleva el gusto por los tragos de ron y el “cómo vaya viniendo, vamos viendo” de los venezolanos. Con las mujeres también es así. Al preguntar sobre el tema, las respuestas son similares: “¿me hablas en singular o en plural?”, dice El Zancudo. Ibarreto solo dice que tiene amigas “por bojote”. Glem tampoco lo niega. “¿Ah, sí? ¿Dicen que me gustan muchas? Yo lo que hago es echá broma”, dice sin aguantarse la risa. Puede ser lo jocoso de su mirada o sus manos habilidosas lo que las conquista. Solo ellas saben. 

Pero el cumanés va más allá cuando se trata de música. Si colocas su iPod en aleatorio, los temas venezolanos se intercalan con otros de Dream Theater y la música clásica de George Frideric Handel. En la formación está la fortaleza de su estilo. Uno aún sin nombre. “Él está en proceso de madurez, de definir su concepto”, comenta El Zancudo, al que llama por cariño “hermano mayor”. Aun así, no es difícil diferenciar su sonido entre otros cuatristas como Rafael El Pollo Brito o cualquiera de sus compañeros de C4 Trío. Cada uno aporta una personalidad distinta que explota en una mezcla musical desconocida hasta ahora. 

El cuarteto también es producto de La Siembra del Cuatro. Desde entonces Glem y sus compañeros Héctor Molina, Edward Ramírez y el bajista Rodner Padilla han producido cuatro discos. Este último después de dar el feliz año dejó su puesto a Gonzalo Teppa, nuevo contrabajista de la banda. Los dos primeros estuvieron a cargo de Guataca Producciones. C4 Trío (2006) fue el primer álbum, seguido de Entre manos (2009), después C4 +Gualberto (2012) y De Repente (2013), con El Pollo Brito. Ahora es Glem, con el resto de los músicos, quien se mete en la casa de otros y que es, potencialmente, el “tío” de otro joven cuatrista.

C4 y el tío: por el gramófono

Los pechos de los venezolanos se inflaron al llegar la noticia. Había criollos en las nominaciones del Grammy Latino 2013. Ese año competían en distintas categorías Guaco, Los Amigos Invisibles, Jesús Hidalgo, Ricardo Montaner, La Vida Bohéme, Treo, Tecupae, Yordano, Huáscar Barradas, la Orquesta Sinfónica de Venezuela, Gaélica, Daniel Calveti Mónica, Famasloop, C4 Trío con Gualberto Ibarreto y Reynaldo Armas. Este último le ganó al cuarteto de las uñas rápidas. Un venezolano venció a otro.

“Él me dijo: ‘Tío, estamos nominados’”, cuenta Ibarreto. No pudo ver su mirada, pero la voz que despedía el teléfono dejaba escuchar su satisfacción. No era la primera vez que C4 Trío visitaba el escenario. En 2011 el cuatrista había hecho gala de sus habilidades con Calle 13 y la Orquesta Sinfónica de Venezuela bajo la batuta de Gustavo Dudamel.

Glem llevaba ventaja. Ya había sentido el temblor de piernas que da antes de salir a un auditorio de dimensiones groseras. La sala Stern del Carnegie Hall en Nueva York lo recibió con cuatro pisos llenos de personas. “Compaíto, toy’ asustao”, habría pensado antes de salir. Todo se le quitó al cerrar los ojos y tocar como lo hacía en las madrugadas de su adolescencia, imaginándose en su cuarto. Donde la gente ve al cumanés tocando, lo ve en la intimidad de su habitación. No hay contraste dentro y fuera del escenario, no hay complejo de estrella.

Trascender sin payola y tocar jazz con cuatro




Payola es un término adaptado de la frase en inglés pay off law. Es conocido en las radios como el pago que se hace por hacer rotar un tema en un dial. Jorge Glem no cree en eso. No cree tampoco en ir a toques de músicos venezolanos por apoyo. “Nadie apoya a Shakira cuando viene. Vas porque te gusta, la idea es partir de que creemos en esto [la música venezolana]. Si uno no está convencido no vas a convencer a nadie”, opina Glem. Es por esto que el cumanés lleva la cabeza en un movimiento que busca llevar el instrumento venezolano por excelencia a otros países.

No hay nadie mejor para el trabajo. Glem es un “genio” de la música. Eso repetía el ingeniero Alejandro Zavala mientras grababa al cuatrista para un nuevo proyecto. En dos horas, estaban listos seis temas. Y ese no es su récord. Su álbum En El Cerrito se grabó en 17. Cuenta con la colaboración del bajista Rodner Padilla, Diego El Negro Álvarez en la percusión y Rafael Greco en el saxofón. Todo en la creación es de alto nivel: su productor fue Germán Landaeta, quien ha trabajado con Marc Anthony, Hillary Duff y Juan Luis Guerra.

El disco tiene un quinto músico: la casa El Cerrito, en Villa Planchart. La grabación tiene audios del patio y fue hecha con todos los músicos interactuando, no por separado. “Es un viaje. Te hará reaccionar a como tú te sientas, es un catalizador”. Así lo define Landaeta. Es lo intenso de lo vivido esos tres días y la libertad de la que gozó Glem, lo que hace que considere a En El Cerrito su primer disco solista, a pesar de ser el tercero. De los otros dos se avergüenza por los errores.

Glem es parte de la nueva camada de músicos venezolanos que viene para no quedarse. Viene para irse lejos, a otros continentes, con sus instrumentos en la maleta. Pero antes, Glem quiere que el amor por la música venezolana se sienta en las venas de los de aquí: “Vamos a echarle pichón pero no pensando que la música venezolana es menos interesante, cuando la escuchen van a decir ‘Guao, ¿qué es esto?’ Es lo más interesante que puede conocer un extranjero”. Y si viene de unas manos como las suyas, es difícil dudarlo.


Traslada el show que montaba para llamar la atención cuando era niño a donde vaya. Sea rockeando con jota carupanera en los espectáculos de Rock & MAU, o montado en tarimas que recibieron en otras épocas a Sinatra, él y su cuatro, que ya son uno solo, malcrían al público con música de calidad. Y seguirá siéndolo mientras el cumanés se comporte. La música lo castiga si hace algo mal. “Lo que otros llaman Jehová yo lo llamo música, ¿quién dice que Dios no puede llamarse así?”, dice Glem, que va empacando su cuatro para llevarse la música venezolana bien lejos. Hasta Corea, tal vez. 

9 mar 2014

Personajes de Caracas: El melcochero de La Pastora

Francisco Santos: Patrimonio Cultural Viviente de Caracas


Comenzó a vender melcochas desde los doce años, cuando se escapaba del colegio para distribuirlas en las calles de La Pastora. Después de casi cuarenta años de recorrer sus esquinas, este andino proveniente de Capacho, estado Táchira, combina la tradición de la venta de sus dulces con la actuación en la ruta histórica Caminos de Libertad, actividad que realiza la Alcaldía de Caracas con fines propagandísticos


Foto de CiudadCCS


Las estrechas calles de La Pastora guardan recuerdos que bien pueden contar la historia de Caracas. En sus coloniales casas se criaron figuras como Jacinto Convit, Carlos “Morochito” Rodríguez o el rector de la Ucab, José Virtuoso, además de ser el lugar donde falleció el doctor José Gregorio Hernández. Entre sus colores y sonidos, un grito es tan conocido por sus habitantes que se presta para bromas y parodias. 

“¡Meeelcochita capachera!”, el jocoso jingle que utiliza Francisco Santos, es el timbre que anuncia la hora de salida en los colegios. “El melcochero de La Pastora”, un tachirense de 52 años y de actitud amable, suele ubicarse entre las esquinas de Toro a Amadores para vender sus dulces en las zonas escolares de esta parroquia.

Viste camisa blanca, pantalón vinotinto y un delantal gris que le cubre de posibles manchas. Usa un sombrero de paja, alpargatas y un bolso marrón tejido a mano donde guarda las ganancias del día. Tiene ojos almendrados color café, cejas caídas y un bigote tupido, pero cuidadosamente cortado que resalta su genotipo andino. Sujeta un tubo de un metro de largo donde cuelgan entre 80 y 100 melcochas que vende durante el día a doce bolívares. La esquina de Gradillas, situada en uno de los extremos de la Plaza Bolivar, es el sitio donde se ubica Francisco los martes, jueves y sábados, días en los que trabaja en la ruta histórica Caminos de Libertad. Los días restantes regresa a La Pastora para seguir vendiendo sus dulces a los habitantes del lugar.

“Mantener la tradición ha sido un reto muy grande. Yo vengo prácticamente a la ruta por mis melcochas. Como yo soy conocido en La Pastora por vender estos dulces, una muchacha de la alcaldía me llamó hace cuatro años para estar aquí y acepté”.

El día para Francisco comienza cuando muchos todavía duermen.

“Me levanto a las cuatro de la mañana mentalizado en que voy a trabajar en la ruta y a vender melcochas. Los días después de que trabajo allí yo me voy para mi Pastora. Todos los días hago lo mismo” [risas].

La melcocha, conocida en Centroamérica como alfandoque, es un pegajoso dulce elaborado a base de azúcar, mantequilla y agua, el cual los tachirenses adoptaron a su tradición sustituyendo el azúcar por papelón. Francisco es el único en la capital, y de los pocos en el país, que sigue elaborándolas según la tradición andina.

“Las hago con un caldero que tiene todos los años conmigo y es el que le da el sabor especial, donde coloco papelón, mantequilla, agua y un poquito de vainilla. Luego la extiendo en una piedra o en una pieza de mármol y las enrollo en unas paletas que luego envuelvo en papel”.

El melcochero suele hablar poco pero siempre sonríe cuando lo hace. Luego de que la Alcaldía de Caracas lo nombrara Patrimonio Cultural Viviente, decidieron incorporarlo a la ruta histórica Caminos de Libertad, un evento promovido por esta institución basado en el teatro de calle, donde la historia de Venezuela comienza con la insurrección de José Leonardo Chirinos y termina con la vuelta de Hugo Chávez al poder en abril de 2002.

“¡Yo soy el melcochero, vengo de Galipán, y traigo las melcochas que se venden como el pan!”, dice Francisco acompañado de dos personajes que simulan a los habitantes de Caracas durante la época colonial. Ante la risa de los visitantes, los personajes continúan sus actuaciones hasta que cierran con una frase de promoción: “¡No coma helado, ni coma dona, cómase una melcocha que es más sabrosa!”.

Francisco ahora es conocido no solo por sus dulces, que fueron probados por Hugo Chávez y Nicolás Maduro, sino por su rol de actor en el casco histórico de la ciudad.

“Yo pensé que iba a trabajar con la melcocha hasta que Dios lo dispusiera así, hasta que ella misma me jubilara pues [risas]. Estas son sorpresas que le da la vida a uno y, como dicen en mi pueblo, después de melcochero ahora terminé siendo actor. Pero gracias a las melcochas he visto crecer niños en La Pastora que ahora son profesionales y exitosos”.

Aunque su timidez no le permite revelar su posición política, sus comentarios indican que concuerda con la gestión del Gobierno, pues a su juicio en el pasado no se interesaban en dar a conocer la historia de Venezuela ni el valor de los próceres.

“Me parece muy bueno que existan actividades como esta, porque es una forma de seguir manteniendo vivos a los próceres que lucharon por nuestra independencia. Esa es la idea: sacarlos de los libros y llevarlos a la práctica”.

Por su parentesco físico suele interpretar, de manera periódica, el papel de José Gregorio Hernández, hasta que la alcaldía decida incorporarlo a alguna obra teatral.

“Casi siempre me contratan en La Pastora y a veces en Barquisimeto, más que todo cuando José Gregorio cumple años. Allá me invita la Casa de la Cultura de Barquisimeto y en La Pastora la municipalidad. Parece que el año que viene sacarán un personaje de José Gregorio Hernández en la ruta histórica y me lo asignarán”.

Francisco asegura que lo que hace lo mantiene feliz, pues la venta de las melcochas es parte de su vida, con las que hace entre mil y mil doscientos bolívares diarios. Esto le da para vivir, aparte de que es reconocido en su pueblo como toda una celebridad. A pesar de ello, existen cosas que nunca pudo lograr.

“El sueño que nunca se me ha cumplido es casarme. Actualmente tengo pareja, pero no es  estable, siempre ha sido lo mismo. Me gustaría hacerlo en Capacho o en Caracas, pero ese siempre ha sido mi sueño”.

Francisco agradece la visita, regala uno de sus dulces y se da media vuelta rumbo a su casa, ubicada en Caño Amarillo, para descansar luego de un caluroso día caraqueño. Al día siguiente le espera más ventas de melcochas. Esta vez, solo en La Pastora.


Diálogos caraqueños -3-

[Te mostramos lo que los caraqueños dicen a viva voz cuando creen que no hay nadie registrando en su mente cada detalle de sus frases. Es nutritivo hacer el ejercicio de prestar atención a tu alrededor. A veces te sorprendes. Escuchamos cosas muy tristes, otras brillantes, otras simplemente inocentes. Aquí te mostraremos un poco de todas]

Envía tu colaboración a @PupilaCaraquena




En el Luvebras de Los Palos Grandes había leche. En la cola para pagar, un cajero hacía su obra del día regalando dos potes que tenía -como diría un buen caraqueño- encaletaos. Los que guardan la mercancía en las bolsas hablaban de cómo habían quedado atrapados en el tiroteo de Los Ruices de días atrás. Otro, preguntaba qué había roto, porque llevaba casi cinco mil bolívares en menos de 8 bolsas. Un moreno caminaba más tranquilo, con una bolsa blanca pegada a la boca, llenándola de aire, lo que dejaba ver más claramente el logo del supermercado. Cuando terminó de inflarlo, la explosión que hizo jugando hizo saltar y gritar a una señora de la cola.

"¡Pero Jesucristo! ¿¡Cómo se te ocurre hacer eso en la situación en la que estamos?! ¡Inconsciente!"

Los otros apretaban la boca para esconder la risa.

***

Pizza Caracas además de vender un tres leches que sabe a besitos de ángeles, es un excelente lugar para reunirse con familia y amigos mientras ves fotos de la ciudad y se intercambia una buena conversa. En la mesa de al lado había una familia que parecía más bien un retrato de turistas. Una niña de unos 4 años, de ojos verdes, cabello ondulado -casi dibujado- y expresión de sueño. El hermano, otro de iris claras, con cabello ensortijado naranja y pecas que iban desde el centro de su tabique y se esparcían por sus mejillas. La madre, de cabello castaño y siempre atenta al teléfono, no prestó atención al hombre de ropas desgastadas y cara gris que se acercó a pedir dinero. El niño puso sus cejas en posición de payaso triste.

"¿Mamá y él vive en la calle?... Mamá, suelta el teléfono... ¿él vive en la calle?" 

"Sí" 

"¿Y por qué no le construimos una casa?"




***

Las colas de los cajeros... Ese espacio conjunto en el que todos hacen gestos inquietos y uno que otro suelta un "¿y este por qué se tarda tanto, puejm? yo hago eso en dos minutojm". En una de esas tantas, estaba Andrea Miliani, esperando su turno. Pasa antes que ella una pareja -porque claro, sacar plata se debe hacer juntos, no vaya a ser...- 

"¿Eso es lo que te queda? ¿y los quince mil?"

"Bueno, he tenido que pagar cosas"

"¡Pero si la cena la pagué yo! Todos estos días la he pagado yo!


***

(Pronto haré un post de diálogos caraqueños escuchados en El Ávila, si escuchas alguno interesante, envíalo a @PupilaCaraquena o @FabiolaFerrero)

20 feb 2014

"Puedes leer la historia o puedes vivirla"

Como reportero, Vicent Montagud ha cubierto conflictos armados para Radiotelevisión Valenciana (RTVV) en España por más de 17 años. Ha visto dolor y muerte, pero es más fuerte su deseo de comunicar el sufrimiento de otros




Fabiola Ferrero
El tono de Skype fue el preludio para una conversación a larga distancia con el corresponsal de guerra español Vicent Montagud. Con cejas anchas, bien abrigado y una repisa llena de libros a su espalda, el periodista está en la lucha para que reabran las puertas de su canal RTVV, cerrado el 28 de noviembre de 2013. Hoy está desempleado, pero años atrás su trabajo de cobertura informativa le valió el premio Ortega y Gasset (2003).
Fue enviado especial para los conflictos de Kosovo (1998), Afganistán (2001), Irak (2003).  Israel-Palestina y Líbano (2011). Pero ninguno como Bagdad. Montagud estaba en el Hotel Palestina cuando fue bombardeado por tropas estadounidenses en abril de 2003. La suerte lo acompañó, pero no a sus compañeros que dormían en el piso 15. Eso no lo hizo renunciar al periodismo de guerra. Lo lleva en la sangre.
—¿Cuál fue su primer acercamiento al periodismo?
—Desde pequeño me atrajo este mundo. Veía en televisión a los corresponsales españoles cubriendo acontecimientos importantes y me parecía que era un trabajo magnífico. Empecé en el periodismo local, me fui especializando en el reporterismo en general y luego, casi por casualidad, me tocó cubrir la guerra de Kosovo. Este tipo de cosas te llegan a las manos de forma inesperada. Lo que hice fue el éxodo, no estuve en la línea de combate. Cuando vas adquiriendo más experiencia te puedes acercar a un conflicto armado.
Cuando iba en el avión hacia Kosovo, ¿qué pasaba por su mente?
—Mi primera reflexión en aquel lugar fue que el uso de la fuerza en determinadas circunstancias está justificado, para evitar un mal mayor como el que estaba presenciando.
—No cualquier persona puede ver algo así y tener el temple suficiente para comunicarlo con calma después, ¿qué rasgo hace que usted sí?
—Amor por este oficio. Más que pasión. Que te guste muchísimo lo que haces. De otra forma es imposible que arriesgues tu integridad personal para darles voz a los que están sufriendo. Cuando acercas un micrófono a una persona que acaba de perderlo todo, ese momento para un periodista es mágico. [Se necesita] un poquito de temple también. Tienes que tomar decisiones muy rápidas y de ellas depende tu seguridad.
—¿En su vida personal también es así?
—[Se ríe] La verdad es que me cuesta un poco más decidir las cosas, si te soy sincero.
—¿Puede entonces separar su trabajo de su vida personal?
—No puedo separarlo en absoluto. Yo creo que el periodismo es una forma de vida.
Cuando se encuentra con situaciones impactantes, ¿se queda pensando en ello?
—No. Es curioso cómo la mente humana tiende a minimizar los momentos con los que no puedes vivir a diario. Hace poco lo hablaba con un compañero que estaba conmigo en el Hotel Palestina. Cuando dispararon, teníamos miedo porque usualmente un disparo es preludio de otro. Como sabíamos que había impactado una de las habitaciones con periodistas españoles, subimos. Rompió la puerta como en las películas y había varios colegas heridos. No recordaba que era yo la persona que estaba con él. La memoria a veces elimina cosas para dosificar el dolor.
—El periodista que murió en el Hotel Palestina, José Couso, ¿era su amigo?
—Claro. A medida que vas cubriendo conflictos corres el peligro de pensar que nunca te va a tocar a ti. Algo así como que eres inmortal, y ese es un grave error.
—¿Qué tanto de conocer y qué tanto de suerte hay en la supervivencia?
—Yo diría que la experiencia es más importante. Pero también es suerte. ¿Por qué aquella bomba norteamericana explotó en el piso 15 y no en el 14? A veces tu vida se decide por unos centímetros.
Para estar prevenidos muchos tienen periquitos que se alborotan cuando viene un misil, ¿usted tenía el suyo?
—[Se ríe] No solo periquitos. En Bagdad teníamos un burro que rebuznaba cuando se acercaban los aviones. Lo llamábamos Burro Sirena porque hacía ruidos muy llamativos y nos avisaba que aquello iba a empezar. Era famoso en Bagdad.
—¿Lo han confundido alguna vez con un espía?
—Sí. En Egipto a mi cámara le dieron una auténtica paliza porque nos acusaron de ser espías. Esto está dañando la profesión.
—Para alguien que la ha tenido tan cerca, ¿qué significa la muerte?
—Algo que al final nos une independientemente de cómo hayamos sido. Cuando ves la muerte de cerca te das cuenta de eso: nos espera a todos.
¿Le gusta volver a casa?
—Al principio te alegras y enseguida lo extrañas. No estar en peligro sino estar donde ocurren las cosas. Puedes leer la historia o puedes vivirla. Mataría por estar en Sudáfrica ahora en el funeral de Mandela.
¿Es verdad que no hay dos guerras iguales?
—Sí. Todas tienen algo en común: son asesinatos masivos. Me interesan sobre todo las víctimas, porque concibo este trabajo como algo que pretende dar voz a los que sufren.
Y si ese es su trabajo, ¿cómo lo hará ahora que cerraron su medio?
—Tengo cosas que leer y que escribir. Mientras tanto, si surge una oportunidad para cubrir una noticia importante, no tengas duda de que lo haré para alguien.
La ventana temporal es su página web www.hotelpalestina.com. El nombre es en honor a quienes fallecieron ese día y a todos los hoteles que han servido de refugio para los periodistas de conflicto. No detiene nunca su formación. Para él, los periodistas deben leer como si la vida dependiera de ello. Entre lecturas de Ryzsard Kapuscinski y Robert Fisk, Vicent Montagud se prepara para su siguiente cobertura de guerra. Siria es la siguiente parada. Ya no como ancla de RTVV, sino como free lance.