"A mi me traen difuntos, yo saco 'dormidos'"
Un hombre vestido de negro sale
con un Glade en su mano. “¡Esa oficina huele a ataúd! ¡Lo que falta es que
echen formol!” Se percata de mi presencia que lo examina, deja el
ambientador y entra de nuevo al cuarto
de donde salió junto con las risas de sus compañeros que no paran.
La salita de espera es todo lo
que puede esperarse de una funeraria: poca iluminación, muebles de cuero negro,
mesitas de madera oscura decoradas con curvas góticas, vitrales como de iglesia
y un florero en el centro con la marca de un líquido que estuvo hace mucho
tiempo ahí, seguro acompañado de flores que nunca fueron reemplazadas.
Aparece de repente un hombre
moreno y delgado de 50 años con un diente de plata, folklórico, simpático.
Lleva el mismo uniforme que el resto de quienes trabajan en La Vallés: una
camisa blanca, pantalón de gabardina negro, chaleco y corbata del mismo color.
La primera vez que Wilson preparó
a un difunto (hace 12 años) no podía comer.
- - Me sentía así como… (se toca las manos y pone
cara de incomodidad) raro, era una señora. La mataron sin culpa. De un tiro en
la femoral y falleció. No era para ella
la bala. Compré un refresco para tratar de comer, pero no pude.
Ama su trabajo, siempre quiso
hacerlo y hoy hace como si fuese el trabajo perfecto. Hasta que recuerda lo que
no le gusta.
- Que uno trabaje aquí no significa que uno no
sienta.
Dice sonriendo, se queda silencio y pensativo,
pero con una mirada que muestra dolor por los bebés que llegan y que él debe
preparar para sus familiares.
- - Las criaturitas a veces llegan sin tener un mes
de nacido, si llega alguien mayor que ya ha vivido es distinto… ojala ellos
vivieran mucho también, ¿verdá? Me dice con cara nostálgica.
Entre fantasmas producidos por
los nervios y mitos funerarios, Wilson lleva consigo historias de muchas
personas que llegan a él cuando ya son –me dice- “seres indefensos que merecen
respeto”
- - Vivo te defiendes. Pero un finado ya qué hace…
¡nada! Ya ese se tiene que ir a donde te digo… pa’ arriba. Bueno, pa’ arriba o
pa’ abajo, depende (se ríe). Yo le doy
el mismo cariño a todos.
Aunque a su esposa, seguramente, le dio más cariño cuando le
tocó prepararla.
- -¿Fue muy
difícil?
Se queda en silencio, se hace una pequeña laguna en sus ojos
oscuros y deja mostrar su diente de plata en una media sonrisa. Respira
profundo.
- - No quería que nadie la tocara. Yo mismo pedí
prepararla.
A su tía también la preparó, aunque esta vez porque nadie
más pudo hacerlo y llegó a sus manos una de las personas que él más quería y
que, rindiéndose al trabajo, terminó arreglando.
Nos interrumpe una llamada de su
madre. Al colgar me dice:
- - Yo tengo que darle todo ahora porque cuando se
muera ni me va a llamar ni me va a atender, ¿pa’ que quiero yo eso? ¿te tienes
que ir de viaje? Toooma platica. Porque
¿ya qué más? Si no se lo doy me queda eso a mi… ¡Cónchale, me pidió esto y no
se lo di!
- - A mi me
pasó…
- - Ah bueno, ¿quién te manda? ¿Ej o no ej? Uno dice
“¿por qué no lo hice si era tan fácil?”
Es un hombre que ríe mucho, pareciera que estar rodeado de cadáveres
no le afecta.
- - A mi me traen difuntos, pero yo saco dormidos.
Y comenzamos a pasear por la funeraria. Enorme, hermosa.
Llegamos a “la mata del bien y el mal”, un adorno mitad blanco y mitad negro
con guindajos de cada lado.
- - Dicen que si la mueves traes difuntos. Pero yo
no creo en eso.
- - ¿No?
- - No, no creo… pero tampoco la voy a tocar.
Y suelta una carcajada que comparto con él. Nunca ha visto
que nadie la toque (ni cuando la limpian) y prefiere prevenir. Seguimos
caminando, echando broma, riéndonos. Llegamos a una salita pequeña donde una
vez otro tanatólogo preparó a mi nonna, hay un ataúd cerrado, lo abre y me
muestra un abuelito con cara de tranquilidad.
- - ¿Ves? Está dormido- me dice
Pasamos capillas llenas, otra recién desocupada con rastros
de pétalos en el suelo, personas silenciosas observando por última vez a un ser
querido. Otros rezan a viva voz para la paz de su alma. Otros sollozan
recostados en las paredes. Wilson camina con naturalidad entre ellos. Me
despido agradeciéndole en la salida de la funeraria.
- -Siempre a sus servicios – me dice
- - ¡Espero
no necesitarlos pronto!
Me muestra una última vez su diente plateado, se da media
vuelta y va a dormir al siguiente invitado.
Fascinante, me atraen mucho los oficios que parecen no habituales, quienes tienen esos trabajos suelen ser poco usuales, personajes mas que personas. Conversar así con la muerte a diario, debe crear un dialogo interno que de cierta manera causa una sensibilización ante el tema. Me encanto la redacción.
ResponderEliminarHola Jose, me alegra mucho que hayas disfrutado esta crónica. Espero verte por acá pronto :). ¡Gracias!
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