11 jul 2013

El último vengador: un motorizado de esos



El aire acondicionado estaba al menor nivel, el cielo de las 10 de la mañana estaba sin nubes y las calles, con pocos carros. Después de haber alcanzado la altura de La Planta en la autopista Francisco Fajardo camino a la universidad, decido cambiarme de canal -siempre lo hago en este punto-. Pongo mi luz de cruce y espero con calma que pase la usual culebra de motorizados.

Recuerdo que sonaba King of anything de Sara Bareilles y que miré una pareja en moto que venía mucho más atrás, lo suficiente para cambiar tranquilamente de canal. En 3 segundos tenía a los dos hombres a menos de un metro y de repente la cámara lenta de mi día se aceleró de forma incontrolable.

Dudo, giro el volante a la derecha para regresar a mi canal, pero veo por el retrovisor que la moto hace el mismo movimiento. Giro a la izquierda para darles paso.Atrás la pareja decidió una vez más hacer lo mismo. En fracciones de segundos me resigné a sentir el golpe en la maleta de mi carro y aguantar lo que viniera después. Enderezo el volante y aumento la velocidad intentando retrasar el choque mientras cerraba un ojo como quien quiere y no quiere ver una catástrofe.

No escucho nada. Abro el ojo derecho, bajo la velocidad nuevamente, veo el retrovisor y me doy cuenta de que la pareja desapareció. Respiro tranquila, agradezco que no tengo que enfrentar cargos, que no hay hombres tirados en plena autopista y que no voy a tener que llamar a mis papás llorando porque se murió alguien chocando contra mi carro.  La canción seguía sonando alegre, como yo.

Un golpe en mi ventana me sacó de mi felicidad. La pareja de motorizados me seguía para cobrar la "casi tragedia" que, por sus miradas llenas de odio, asumo que provoqué. 

Eran dos hombres morenos, ambos con gorra, suéter, jeans y zapatos Nike. La complicidad entre ellos era evidente, pues 2 metros más adelante, cuando el piloto se detuvo, el acompañante entendió su labor. El hombre se bajó de la moto y esperó a que pasara a su lado. Bajé la velocidad para pedir disculpas y evitar problemas.

- "¡Maldita!" grita el  hombre mientras patea mi carro.
- "¡Disculpa, disculpa!" gritaba mientras decidía alcanzar mi velocidad inicial y huir lo más rápido posible.

Retomo mi camino, ya con manos temblorosas, una canción feliz de fondo y un aproximado de 10 motorizados detrás de mi carro. Pienso bien cada movimiento, no volteo pero mantengo mi mirada en el retrovisor para vigilar lo que ocurriera a mi alrededor. Una turba sobre ruedas me perseguía con insultos, toques de corneta e intentos de golpe que debía esquivar al mismo tiempo que mis lágrimas de susto gritaban por salir. Apagué rápidamente la radio y me concentré en la pareja que aparecía nuevamente entre los demás de su  gremio protector. Pasan a mi lado, hacen el baile de rutina (el copiloto levanta una pierna, golpea el retrovisor y mientras yo voy quedando atrás él voltea la mirada para verme fijamente con ojos amenazantes, haciendo ver quién manda, quién pone las reglas, haciendo entender que aunque sea yo quien tiene una estructura que protege a medias, ellos son los que deciden si esa estructura me va a servir de algo). 

Bajan de nuevo la velocidad. Me esperan, con toda la calma. Miro mis posibilidades de cambiar de canal de nuevo y alejarme de ellos pero, el resto está ahí para impedirlo. La motos me dirigían a los dos hombres como una carnada de león. Paso a su lado ya con mi iris cubierta de una capa de agua a pocos segundos de correr por mis mejillas, asustada pero tiesa, sin moverme, esperando que me obligaran a bajarme y me sometieran frente a los carros que seguían pasando. El copiloto se dio el último gusto: golpeó una vez más el carro, me gritó "puta de mierda" descargando lo que le quedaba dentro y arrancó para dejarme atrás definitivamente, llevándose con él los escoltas espontáneos que tienen los motorizados de Caracas.

Regresa la calma, me pasan lo carros con los vidrios abajo y con sus conductores con cara de susto, lástima, indignación. Me seco las lágrimas y veo el último vengador que se pega al lado derecho de mi "estructura protectora". Lo ignoro y escucho un último golpe. El retrovisor había vuelto a su sitio