1 may 2012

De cómo me enamoré de una serpiente de color




¿Saben que dicen que cuando una se enamora siente que vuela? Si es así, yo vuelo a diario, pero con una serpiente. Su color vibrante me llamó desde el primer momento. Su textura cambia... a veces me acaricia, pero llega incluso a quemarme la piel. Me mantengo suspendida en el aire con ella. Subo un poco más, lo más alto que mis brazos puedan llegar, toco el techo a 8 o 9 metros. Me detengo.

Observo el suelo, las paredes a mi alrededor. Respiro, al entrar el aire siento que llega a mis pulmones una calma indescriptible... entonces ¿Por qué mi corazón late tan rápido? Es la adrenalina. Observo a mi serpiente y siento que por estos minutos sólo existimos ella y yo.

Exhalo.  Entorcho el pie, giro, resisto la quemadura de la serpiente coloreada. Debo domarla para una figura con mi cuerpo que me pone de cabeza para dejar caer cualquier pensamiento que no sea volar con ella y escuchar el retumbar de la música que nos acompaña en nuestra jornada aérea. Retomo mi posición inicial y me abro completamente en mis telas, me sostengo con todas mis fuerzas y me tomo el tiempo para ver mis muslos tensos, de par en par, sudados, con los músculos marcados cual carretera.


Así vamos jugando, mientras yo cambio mis pies y mis manos de lugar. La enredo a mi alrededor, bailamos con violines de fondo mezclados con dubstep. De repente me quedo tensa, concentrada... Tengo miedo de que me deje caer.

Suelto el pie. Caigo de cabeza y como siempre, me sostiene por mi tobillo. Aprieto mis labios y mis ojos para evitar lanzar un grito por la fuerza con la que me presiona... "Ya te estás acostumbrando a esta posición", sonrío. Me acomodo, retomo mi pulso y sé que por ahora, este vuelo ha terminado, casi llego al suelo...al mundo real.