19 nov 2012

Personajes de Caracas: el que arregla los muertos

"A mi me traen difuntos, yo saco 'dormidos'"

Un hombre vestido de negro sale con un Glade en su mano. “¡Esa oficina huele a ataúd! ¡Lo que falta es que echen formol!” Se percata de mi presencia que lo examina, deja el ambientador  y entra de nuevo al cuarto de donde salió junto con las risas de sus compañeros que no paran.

La salita de espera es todo lo que puede esperarse de una funeraria: poca iluminación, muebles de cuero negro, mesitas de madera oscura decoradas con curvas góticas, vitrales como de iglesia y un florero en el centro con la marca de un líquido que estuvo hace mucho tiempo ahí, seguro acompañado de flores que nunca fueron reemplazadas.

Aparece de repente un hombre moreno y delgado de 50 años con un diente de plata, folklórico, simpático. Lleva el mismo uniforme que el resto de quienes trabajan en La Vallés: una camisa blanca, pantalón de gabardina negro, chaleco y corbata del mismo color.

El hombre que llegó buscando trabajo como conductor y terminó siendo tanatólogo comienza a hablarme con naturalidad de su día a día. Se pone los guantes y la careta, les inyecta formol, les arregla sus facciones, los maquilla y los viste –si hace falta, recorta la ropa y hace aparentar que le queda perfecto-. “Es un trabajo normal” dice, pero al fluir la conversación ambos vemos que no es tan así.   

La primera vez que Wilson preparó a un difunto (hace 12 años) no podía comer.

-          - Me sentía así como… (se toca las manos y pone cara de incomodidad) raro, era una señora. La mataron sin culpa. De un tiro en la femoral y falleció.  No era para ella la bala. Compré un refresco para tratar de comer, pero no pude.

Ama su trabajo, siempre quiso hacerlo y hoy hace como si fuese el trabajo perfecto. Hasta que recuerda lo que no le gusta.

             - Que uno trabaje aquí no significa que uno no sienta.

 Dice sonriendo, se queda silencio y pensativo, pero con una mirada que muestra dolor por los bebés que llegan y que él debe preparar para sus familiares.  

-                - Las criaturitas a veces llegan sin tener un mes de nacido, si llega alguien mayor que ya ha vivido es distinto… ojala ellos vivieran mucho también, ¿verdá? Me dice con cara nostálgica.


Entre fantasmas producidos por los nervios y mitos funerarios, Wilson lleva consigo historias de muchas personas que llegan a él cuando ya son –me dice- “seres indefensos que merecen respeto”

-               - Vivo te defiendes. Pero un finado ya qué hace… ¡nada! Ya ese se tiene que ir a donde te digo… pa’ arriba. Bueno, pa’ arriba o pa’ abajo, depende (se ríe).  Yo le doy el mismo cariño a todos.

Aunque a su esposa, seguramente, le dio más cariño cuando le tocó prepararla.

-            -¿Fue muy difícil?

Se queda en silencio, se hace una pequeña laguna en sus ojos oscuros y deja mostrar su diente de plata en una media sonrisa. Respira profundo.

-          - No quería que nadie la tocara. Yo mismo pedí prepararla.

A su tía también la preparó, aunque esta vez porque nadie más pudo hacerlo y llegó a sus manos una de las personas que él más quería y que, rindiéndose al trabajo, terminó arreglando.

Nos interrumpe una llamada de su madre. Al colgar me dice:

-          - Yo tengo que darle todo ahora porque cuando se muera ni me va a llamar ni me va a atender, ¿pa’ que quiero yo eso? ¿te tienes que ir de viaje?  Toooma platica. Porque ¿ya qué más? Si no se lo doy me queda eso a mi… ¡Cónchale, me pidió esto y no se lo di!

-          - A mi me pasó…

-         - Ah bueno, ¿quién te manda? ¿Ej o no ej? Uno dice “¿por qué no lo hice si era tan fácil?”

Es un hombre que ríe mucho, pareciera que estar rodeado de cadáveres no le afecta.

-         - A mi me traen difuntos,  pero yo saco dormidos.

Y comenzamos a pasear por la funeraria. Enorme, hermosa. Llegamos a “la mata del bien y el mal”, un adorno mitad blanco y mitad negro con guindajos de cada lado.

-          - Dicen que si la mueves traes difuntos. Pero yo no creo en eso.
-          - ¿No?
-          - No, no creo… pero tampoco la voy a tocar.

Y suelta una carcajada que comparto con él. Nunca ha visto que nadie la toque (ni cuando la limpian) y prefiere prevenir. Seguimos caminando, echando broma, riéndonos. Llegamos a una salita pequeña donde una vez otro tanatólogo preparó a mi nonna, hay un ataúd cerrado, lo abre y me muestra un abuelito con cara de tranquilidad.

-          - ¿Ves? Está dormido- me dice

Pasamos capillas llenas, otra recién desocupada con rastros de pétalos en el suelo, personas silenciosas observando por última vez a un ser querido. Otros rezan a viva voz para la paz de su alma. Otros sollozan recostados en las paredes. Wilson camina con naturalidad entre ellos. Me despido agradeciéndole en la salida de la funeraria.

-          -Siempre a sus servicios – me dice

-          - ¡Espero no necesitarlos pronto!

Me muestra una última vez su diente plateado, se da media vuelta y va a dormir al siguiente invitado.

1 nov 2012

El tanque


Entre tantos juguetes inventados (las cajas de cartón, los tubos de papel absorbente, los protectores hechos de pelotitas de aire) nuestro favorito era el tanque. Mis dos hermanos y yo nos dábamos a la tarea de trancarlo para nuestra diversión. Tres niños despeinados buscando pleito a las señoras del edificio. La mejor infancia.

El patio trasero era todo de cemento. No era ningún jardín lleno de flores. La colina que tenía tampoco era de grama para lanzarse dando vueltas, sino del mismo material que el resto. Todo  gris, incoloro, lineal. Las hojas caídas de los árboles, sin embargo, le daban el tono perfecto al lugar.

No importaba la época del año, ahí estábamos Jose, Juan y yo llenando el tanque de esas hojas caídas, a ver cuánto tiempo flotaban antes de hundirse. Juan era el mandamás, yo lo seguía para todas partes (es el mayor y claro, lo imitaba en todo). Hoy Juan está muy lejos para seguirlo.

Juanma, como muchos, se fue de Venezuela. No lo culpo, jamás lo haré, pero cómo me ha hecho llorar cada vez que trato de escribir esto. Cuando cumplo años y no está, cuando peleo con Jose y no hay quien me defienda a mi o a él. Europa me trajo a mis abuelos… pero se robó a mi hermano. Dando y dando, ¿no?

En esos años escuchamos muchos gritos, de todas las señoras del edificio… (¡Y eso que nunca me metí a nadar, como siempre quise!) Pero los gritos eran diploma de diversión. Lo mismo pasa hoy: En el Skype es todo el tiempo una gritadera para escucharnos, así que sin ellos, no nos divertimos.

Aquí en la casa que dejó ya no tenemos el tanque, pero hay un faro que hace ruido…  Lo podemos callar a golpes juntos, si algún día quiere volver.

@FabiolaFerrero

Juan y yo en el tanque 

27 oct 2012

Viviría en Los Roques... ¡Un ratico!



La tortuguita asomó su cabeza a pocos metros de nuestra lancha. Aunque no nos pudimos acercar mucho, me emocioné de ver a esa concha verde oscura asomarse entre tanto azul. “¡A esas las matan cuando hay fiestas!” me corta la nota por completo el lanchero. Y arranca a enseñarnos el resto de las islitas.

Los Roques es un cristal derretido. El agua te llega a las rodillas así camines por un buen rato, mientras toma tonos azulados y verdosos.  La calma es tanta que si hablas en voz baja te pueden escuchar perfectamente a 100 metros. La arena blanca parece talco de lejos y el mar, cual plato, deja que nades en él como si fuera una piscina.

Un paraíso total… pensé yo. “Ni tanto, es bueno por un ratico” dice quien maneja la nave flotante de madera. Otra vez cortándome la nota. Yo me dedico a saltar de la lancha cada vez que se detiene en los distintos “Squí” (Madrisquí, Rasquí, Francisquí).

Para mi es increíble, ¿qué querrá decir él con “sólo un ratico”?

- “Es muy tranquilo” me dice. Como si para un caraqueño la tranquilidad fuera algo malo.

- “¿Qué te falta? ¿Tráfico?”  Le pregunto irónicamente.

-  “Coño, sí. Que le menten la madre a alguien de vej en cuando”.

Me sonó lógico su punto, pero él continúa:

-“¿A quién chocas acá? ¡Es muy jodío chocar en el mar! Además, siempre ves las mismas caras”

¿Y los turistas? Pensé yo. Son 100 caras distintas por día.  Pero entendí lo que quiso decir. Estar informado también es difícil, porque –cosa que no sabía- aquí no venden periódicos. Ni uno. Aunque para mí, eso lo hace aún más perfecto.

Así pasé los dos días siguientes: En un calor inclemente, el sol no se esconde ni un segundo y el único refugio son los tolditos en la orilla que a eso de las 12, no son tan eficientes.

Estoy sudando como loca, me pongo el sombrero y al rato me lo quito porque me da más calor, y me meto repetidamente al mar que, al menos, es bien frío. Las gotas de agua cuando salgo se confunden con las gotas de sudor. Debo estar bien saladita.

Resulta que en ninguna de las islitas hay baño, mi estómago se retuerce, me castiga más que el calor… me pone la piel de gallina. No puedo parar de ver el reloj, que vengan ya a buscarnos…  Duele, duele mucho. “Tocará resolver” pienso, y no pude evitar darle un poco la razón al lanchero.

 A pesar de todo, tres días después de mi llegada, sigo diciendo: “Yo pudiese vivir aquí”, porque como escuché a otro visitante “Es tan bello que no parece Venezuela”. De repente, me siento de nuevo en mi país. En un segundo la belleza de Los Roques quedó a oscuras… es que se fue la luz. Está bien lanchero, tú ganas.

21 oct 2012

Sugerencias de @NinaRancel para nuevos bloggers


1. La gente ahora piensa en 140 caracteres. La recomendación general es que mantengas siempre el post lo más corto que puedas. Si no eres rolo de escritor, es muy difícil que la gente lea hasta el final. Y no sabes si eres rolo de escritor hasta que... bueno, honestamente no sé cuándo se sabe. 

2. Lo mismo ocurre con cada oración y cada párrafo. La tecla favorita de todo escritor debería ser la del punto. Idea. Idea. Idea. Sujeto verbo predicado, quizás oración subordinada o yuxtapuesta. El plan era que el punto después de idea e idea e idea lo leyeras en voz alta. No los pierdas con peroratas. 

3. Quieres que te lean, pero no lees blogs. Quieres que te comentan, pero no comentas blogs. ¿Tengo que decir más? Odio usar la palabra blogósfera, pero en la blogósfera hay gente talentosísima que ¡además! siempre está dispuesta a extender una mano cuando necesitas ayuda. En eso, me vas a tener que tomar la palabra. No eres el bicho más arrecho de todos, porque si no no estarías leyendo un post sobre bloggear. Sé generoso con tus fellow bloggers y ellos lo serán contigo. Tu blog no es el mejor de Internet; entonces, cuchi, haznos un favor a todos y no creas que estás por encima de los demás. 

4. Las opiniones son importantes, pero hay que saber expresarlas. Hay un código no escrito sobre los blogs venezolanos en el que todos damos nuestra opinión siempre respetuosamente. Podemos estar en desacuerdo, pero el tono siempre debe ser cordial. Nadie toca el timbre de tu casa para decirte que eres un imbécil, ¿no? Bueno, un blog es como una casa para muchos de nosotros. 

5. Medir el éxito de un blog en cantidad de comentarios es como medir el tamaño de tu cerebro en cantidad de seguidores de Twitter. Donde dice cerebro, puedes insertar el órgano de tu preferencia (pene, lolas, you get it). No deberías escribir para que te lean, no deberías escribir para que te paren. Pasa por el proceso y disfrútalo, no busques resultados porque es una cuasi-garantía de que nunca obtendrás los esperados. 

6. ¿Sabes ese tipo vestido de hipster que parece un mal intenso porque escribe y anota todo lo que ve? Cuando digo todo, no estoy exagerando. Si quieres bloggear seriamente, en eso te tienes que convertir, preferiblemente sin los lentes enormes (sé que no le crees a tu mamá porque ella no sabe nada de la vida, pero de pana no te quedan bien) ni la camisa de lana con chaleco más pashmina. ¿Escribir todo en facturas? Ya tratamos, ya las perdimos. Cómprate una libretica, vale. 

7. Si no sabes cómo escribir una palabra, usa otra. Si no estás seguro de qué significa o si no sabes si es con s o c primero, rae.es. Esto no es negociable. Somos un fastidio. Ah! Y los puntos suspensivos son tres, así... Esto nunca lo hagas --> .......... ¡Asquito!

8. Sabemos que esa carrera tuya es un fastidio, que tienes que lavar los platos y que el perro no se pasea solo, peeeero los blogs más exitosos de mi gente bella de Internet son aquellos en los que se publica a menudo. La periodicidad es demasiado importante. No puedes escribir hoy y volver en tres meses, eso es lo que hace que la gente te borre de su lista de blogs recomendados. Si estás muy paqueteado, haz lo que todos hacemos: monta un video, un link interesante, una canción, una letra, una foto fina. Listo. 

9. Si no sabes escribir en inglés, porfa porfa, no lo hagas. 

10. Paciencia y salivita en slang bloggero se traduce fácilmente. En primer lugar, escribe hasta que te sangren los dedos. Y segundo, keep calm and blog that shit. 


13 sept 2012

Los 10 aromas de Caracas

    Los buenos:


    Panadería: ¿Quién no ha pasado por una D’anubio, por ejemplo, y pensó en gastarse todo lo que tenía en un dulce recién horneado? En cada esquina caraqueña hay una de estas maravillas que te provocan inhalar el aroma a cachito y a lengua e’ suegra. Uno de mis olores favoritos.


   Tierra mojada: Sobre todo cuando Caracas está “en esos días”. Más bipolar que nunca. Nos regala 40 grados en la mañana y en la tarde un huracán. Después de eso queda este aroma que engancho de inmediato con mi infancia. Me hace sentir cierta nostalgia y por alguna razón, me provoca salir a jugar y no puedo. Un olor que suele impregnar el Ávila, el Parque del Este (sí, aún lo llamo así), La Estancia, y cualquier sitio con grama.

Comida: Unas fritangas, unas horneadas o a la plancha. Lo cierto es que los locales gastronómicos de nuestra ciudad nos regalan una variedad extensa de aromas: Desde restaurantes estilo La Castañuela, pasando por las ferias de los Centros Comerciales y terminando en los puesticos en plena calle –de perro calientes, hamburguesas, cachapas, maíz con mantequilla- TODOS nos dan hambre.


Gasolina: Depende de con quién hables. Para mí, entra en "los buenos".No podía faltar este perfume siendo un país petrolero. Para unos es desagradable y para otros –como yo- es un olor fascinante que hace de llenar el tanque del carro, casi una experiencia religiosa.


El tres en uno: Sudor, fruta y matas. Hablo del Ávila. Nada como bajar lo más majestuoso que tenemos, con agua de la montaña en nuestro termo, directo a comernos una tizana, con los zapatos llenos de tierra y una gotita de sudor por el cachete.


   Ahora, los malos:


Cloaca: Suele aparecer en nuestras pituitarias cuando estamos en un carro con nuestros amigos y todos volteamos buscando “quién fue”, hasta que algún genio recuerda que fue Caracas. Este aroma traspasa cualquier vidrio. Así sea de un auto blindado, créanme.

Orina: Este aroma suele venir acompañado con un personaje particular que pasea descalzo en el asfalto que es a la vez su casa, cocina y por supuesto… su baño.

 Humo: De lo que quieras: cigarrillo, carro accidentado, pero el más conocido: el de camionetica. Esta estela viene con un sonido aterrador de corneta que penetra el tímpano para hacerte brincar de susto mientras vas tranquilo por la acera. Viene también con un letrero que tras una buena capa protectora de polvo deja leer frases como “Tu envidia me fortalece”, “En honor a mi abuelo” o una genial –inventada por mi novio- “Trágate mi humo”.


   Basura: No hace falta caminar mucho para encontrarnos con esta fragancia. Viene acompañada de un chorrito que sale de una bolsa negra, que se asemeja a la mezcla de todos los colores que uno hace cuando es niño. Es decir, no sabes si es morado, verde oscuro o gris, pero ahí está, tomándole la mano a una esencia característica de nuestras esquinas.

Violín: Si no me crees, viaja en el metro.



¿Cuál es -para ti- el aroma de Caracas?


28 ago 2012

American dream - Por Kevin Schepmans



             Había dejado de contar. Le importaba poco si era lunes o jueves. Tomás Sánchez vivía días tumultuosos en Caracas, a finales de la década de los noventa.

Recién liberado tras perder 8 años de su vida en prisión, sentía que no se había perdido de nada, porque su situación era igual a la que vivía antes de caer bajo los barrotes. Sin dinero, con una familia que mantener, y un futuro incierto, le llevaron a tomar decisiones; decisiones que le darían un vuelco a su vida para bien o mal.

La travesía empezó en un avión que deja Venezuela con destino a la isla de Aruba, con escalas inciertas, pero con un destino en mente;  Estados Unidos de América. El primer mundo, donde se le abren las puertas a todos y donde todos tienen una segunda oportunidad, un futuro mejor.

Con pasaporte falso, porque tenía prohibición de salida del país, no podía tomar un avión directo a los E.E.U.U ya que no tenía visa de turista, entonces se embarca rumbo a Colombia, pasando por Centroamérica hasta llegar a México. En el D.F toma otro transporte que lo lleva hasta Hermosillo, ciudad capital del estado de Sonora, al norte del país, bordeada por uno de los desiertos más secos del mundo. Desde allí toma un autobús que lo traslada hasta un pequeño pueblo llamado Aguaprieta, cerca de la frontera, en donde empezaría la real aventura.

Debía encontrarse con un personaje recomendado por uno de sus amigos, de nombre, Ali, al que llamaban el chicano, que lo ayudaría a cruzar la frontera sin ser atrapado por la policía fronteriza americana.

Tomás, sin conocer a nadie a su llegada al pueblo, se percata de lo que este significa: El pueblo vive de la industria de migración ilegal. Son cientos de miles los que pasan por este pueblo buscando la ayuda de los guías que facilitarían el cruce de la frontera, mejor conocidos como los “cachalotes” para buscar una mejor vida.

Gente de todas las procedencias de México se encuentran amontonadas en los paupérrimos hoteles del pueblo, la mayoría duerme en las escaleras, y Tomás intenta buscar al chicano en el primer hotel que ve, cuando justo al entrar es apuntado por hombres armados.

Se extrañan al preguntarle sobre su procedencia, ya que casi nunca un extranjero pasa por allí. Tomás ni se inmutó, porque tras vivir la realidad más cruda en Venezuela, esto más bien era como un largometraje de Hollywood.  Allí conoce a uno de los jefes de la industria, Chullín, y en poco tiempo de conversación, entablan una buena relación que a la postre lo ayudaría… y mucho.

                El hombre mexicano, a pesar de todo, era un hombre de valores. Infundía respeto. Tomás lo observó en el resplandor de sus ojos y sabía que, sin conocerlo, debía confiar en él. Este personaje se encarga de alojarlo en su hogar, y a los pocos días, conecta a Tomás con un grupo relativamente reducido que cruzaría la frontera.

Parten de madrugada, y en camionetas con las luces apagadas ya que “desde el cielo nos ven” y tras un corto trayecto de cuarenta minutos, llegan al muro. Apenas cruzan, el grupo es interceptado por helicópteros y patrullas de policía. Tomás es detenido y llevado a la estación del servicio de patrulla fronteriza para ser registrado en la base de datos. Los gringos lo interrogan, le explican que él estaba violando leyes federales y deciden enviarlo de regreso por donde vino. Esa misma noche son devueltos a territorio mexicano y, a pesar de que los “gringos” los vigilaban, Tomás y los muchachos decidieron cruzar de nuevo, sin éxito.

El problema de la inmigración en los E.E.U.U es un tema complicado, porque son millones los indocumentados que, desde distintas visiones de análisis, mantienen la economía de este gran país rodando y, a su vez, le restan oportunidades de trabajo a los nativos. La política del país ha debatido sobre qué tipo de leyes se deben implementar y esto ha traído una polémica que esta lejos de terminar.

La perseverancia es un factor incalculable para alcanzar una meta. Tomás, habiendo nadado tan lejos, no iba a dejarse morir en la orilla y por tercera y última vez, cruza la barrera hacia un horizonte nuevo.

 Camina junto a los otros, alrededor de 100 kilómetros en la penumbra de la noche, por un desierto árido y hostil, evadiendo cualquier clase de peligros hasta llegar a Tucson, Arizona, donde su amigo Ali no sólo le esperaba, sino que también le esperaba una nueva oportunidad de redimirse con la vida, en un país que proyectaba una imagen. La imagen del sueno americano.


POR KEVIN SCHEPMANS. (@Kevin9208)

15 ago 2012

Todasana: Pescado y tostones.



Entre las curvas interminables se asoma una inmensidad azul que te deja sin aliento y te deja indeciso entre el miedo que provoca la altura de la carretera y las ganas de lanzarte de un chapuzón a la celeste fábrica de brisas.

Kioscos de madera, restaurants con 3 opciones de platos –todos de pescado- y el extinto “Museo de la verdad” de Luis Kafella, albergan entre ellos trozos de infancia que aunque son típicos en todos los pueblos de Venezuela, los encuentro realmente peculiares.

Los “aislados” pueblerinos me muestran sus niños morenos, en interiores, con la panza “pa’ fuera”, descalzos y sin miedo a caminar entre insectos -valentía que no yo no tengo- y con toda su diversión encharcada en un río y en un deporte comiquísimo: pescar cangrejos. Me sentí menos aislada que nunca.

“Yo ya no puedo volver a la ciudad”, nos dice el surfista encargado de nuestra posada que fue vomitado por San Antonio para dejarlo en este rincón de paz. Su cara siempre sonreída, barbuda, bronceada, cabello largo y aspecto descuidado pero no tanto, acompañado por el torso casi siempre desnudo (como los niños del río) me cuentan que aquí ni la ropa hace mucha falta. Más bien, sobra.

Pienso que yo también quisiera tener esa vida, pero que tal vez, necesitaría algo más que pescado para mantenerme feliz. Pescado y tostones por todas partes. No podría.

Después de unas cuantas olas y también unas caídas –que bastante gracia le causaron al surfista de la zona- nos retiramos pasando los puentes de colores y viendo de nuevo la misma carretera con vista al mar que, luego de 3 días, ya se sentía como nuestro patio.

El sol inclemente que vamos dejando atrás abre paso al clima lluvioso y deprimente de Caracas mientras las matas descuidadas tapaban el camino que –celosamente- quería seguir tendiendo para mí por unas horas más.

Ahí se quedan, aisladas, las barriguitas parasitadas, pidiendo peaje, disfrutando lo “poco” que Todasana tiene: mucha tierra, agua y viento. Más que suficiente.

Fabiola Ferrero

1 ago 2012

Yo también quiero un mejor amigo


En el colegio, todos tienen un mejor amigo o amiga. Ellas van juntas al baño. Ellos juegan fútbol en los recreos. Un bando critica al otro por ser niños y estos a su vez los critican por ser niñas. A esta edad, es distinto. Hoy me doy cuenta que si quiero tener un mejor amigo tiene que ser más peludo que los de antes.  

Eso del bendito “mejor amigo” me creó un vacío existencial desde que soy pequeña, y sólo va a desaparecer –como dice mi mamá- “cuando viva bajo mi propio techo”. Yo quiero un perro. Uno chiquito, tipo un San Bernardo, para que no haya rollo en el apartamento.

Como todo vacío, tiene que ser llenado con algo. Yo lo hago jugando con los perros de otros. Voy al Parque de Vizcaya, paseo como quien está ahí de casualidad… y empiezo mi jornada criminal: los voy llamando a todos, sentada en un banquito, esperando que alguno caiga.

Ajá, un rotweiller. Se me acerca como sonriendo y lleno de baba, se deja acariciar mientras le hablo como si tuviera algún tipo de retraso, pero no dura mucho, está persiguiendo perros chiquitos. “Salió pedófilo el negrito” le digo a mi novio mientras nos reímos de los poodles que se asustan cuando aquellos perrotes gigantes se les acercan.

Así voy coqueteando con todos mis mejores amigos… imaginarios, me usan por medio minuto de caricias y luego me dejan sola para perseguir a una perra. Irónica la vida.

En ese sufrimiento de querer lo que no es mío, se acerca una perrita hermosa. No por su pelaje, ni por su raza, ni por su prestancia al caminar. Todo lo contrario, era una Huskie albina sin un ojo, con cicatrices en todo su cuerpo, caminaba cojeando y al llamarla, no me responde. “Es sorda”, me dice el dueño.

“¿Cómo se llama?” le pregunto mientras  la alcanzo para acariciarla, cosa que fue fácil, dado que no podía correr. “Luna” me responde. Sale a flote un instinto maternal de lo más raro que me hizo querer cargarla y llevármela a mi casa. Empiezo de nuevo a tratarla como una bebé de 3 años. “¡Hola guaapaaaaa!, qué bella eres!”. Y así sigo mi monólogo, ignorando que esta peluda, parecida al perro volador de “La historia sin fin” no podía escucharme.

Me quedo filosofando sobre la vida, los amigos que tuve y cómo ninguno de ellos fue tan paciente como se veían todos los perritos que tenía cerca, calándose a sus dueños. Y que capaz, cuando viva “bajo mi propio techo” yo también pueda tener una Luna.

Me despido del dueño y de la perrita, me volteo más segura aún de que yo también quiero mi mejor amigo. Al rato, también ella  –cojeando- sigue su camino.


Imagen tomada de 101razasdeperros.com




25 jul 2012

Dinero rápido pero no fácil


Por: María Fernanda Silva


Lo llaman fácil porque nada más acostándose con alguien te ganas los reales pero este trabajo aunque ustedes no crean es el más difícil que puede haber, porque para nadie es fácil acostarse con un hombre sin sentir nada. Vengo de lunes a sábado y me lo tomo como un trabajo normal. Llego aquí a las diez y a las seis me voy pa mi casa de manera que ya en la noche es demasiado peligroso, prefiero trabajar en el día antes que trabajar en la noche. En mi  casa no lo saben, bueno digo yo que no lo saben.

No es como todo el mundo piensa que ay llegamos, ay si nos hacemos los reales, no. Hay días que te vas sin medio  como hay días que te puedes hacer mil bolívares, mil quinientos hasta dos mil bolívares, depende de todo. Pero ahorita como está la cosa, no está muy bueno. Todo es cuestión de suerte. Antes tú llegabas y en dos  horas ya tenías hasta mil bolívares. En una hora,  ya tenías mil bolívares, ya te ibas. Yo antes venía a las cinco y a las seis ya yo me estaba yendo, a mi casa. En verdad, ya no, ahorita tienes que durar todo el día aquí para poder hacerte algo.

Nosotras estamos cobrando 300. Un rato, una eyaculación. Hay muchos que no les gusta porque ellos quieren durar una o dos horas contigo ahí. La mayoría de los hombres que vienen son casados y de todo tipo. Hay clientes que te pagan más. Hay clientes que te chillan pa pagate menos. Las mujeres que están operadas cobran un poquito más.

Aquí hay mujeres que tienen sus clientes que son como maridos de ellas que las ayudan y cosas así. Pero, un cliente se puede ir con cualquiera, porque ellos son los que pagan. Ellos son los que tienen los reales. Bueno, yo de hecho no hace mucho tenía un hombre que él me daba todos los fines de semana 1500 bolívares. No tenía relaciones con él porque él decía que yo le gustaba demasiado y que por eso a lo mejor no se le paraba, y lo que me hacía era dar besos y ay que linda y esto y lo otro…y así me daba los reales.

Hay clientes que se portan bien contigo, como hay otros que son tremendas ratas porque aquí hay hombres que creen que uno está porque les gusta estar y no porque uno necesite. Aquí hay hombres que han venido y después de tener las cosas con uno y broma, quieren quitarle los reales a uno, sacan sus pistolas. Muchas veces si nos van a quitar los reales, les damos los reales pa que no nos hagan nada porque en verdad vale más nuestra vida que real. Pero no tenemos ningún arma ni nada pa defendenos  ni nada por el estilo.

No es nada fácil. A  quién no le gustaría dejar este trabajo. A todos en realidad nos gustaría dejar este trabajo pero, si lo dejamos  cómo hacemos. A veces duro hasta tres, cuatro meses sin venir, y cuando vengo me siento extraña.

Cuando yo era más chamita que estaba estudiando yo quería estudiar pa periodismo pero no pude. Mi mamá no tenía así como pa nosotros estudiar y la cosa. Yo dejé los estudios pa que mis hermanos siguieran estudiando. Yo trabajaba, aquí y les daba, les compraba sus zapatos, sus estrenos, su broma. Después que tuve a mis hijos ya ellos se olvidaron de ropa y de todo porque ya todo es pa mis hijos. Son cosas que a uno le toca  y que nadien sabee lo que uno vive.

Empecé cuando tuve mi primer hijo. Me separé del papá de mis hijos el no me quiso ayuda más y tomé la decisión. Tenía una amiga que trabajaba aquí antes que yo y ella me trajo para acá. Y al ver que aquí pude comprarle todo a mi hijo y broma, sin necesidad de estarle jalando al papá, me quedé aquí estancada.

Algún día dejaré este trabajo, ya mis hijos están creciendo y no me gustaría que me vieran en esta vida porque tengo una hija hembra y que no siguiera mi ejemplo porque en realidad esto no es fácil que pase alguien y te señale, te acuse sin saber nada. Porque mucha gente que lo hace, te ven a ti “Ayy mira esta” es así, ve pero sin sabe las cosas, sin sabe nada. Eso es así.

Por lo menos yo no me veo como una prostituta cochina así como todo el mundo habla. Las mujeres de la calle nos cuidamos más que las mujeres que tienen los hombres en su casa. Porque ellas no saben con cuántas mujeres se acostarán los maridos de ellas y no se cuidan. Nosotras sí, si  los hombres no se ponen preservativos no estamos con ellos. Es una condición, sin eso no.

Por eso me da tanta rabia porque por mi casa hay cantidad hombres y mujeres que hablan de las prostitutas y no saben que nosotras las prostitutas somos más limpias que ellas. Somos más limpias y estamos pendientes de la broma del ginecólogo de esto, de lo otro por qué porque estamos en la calle. Nosotras usamos preservativos, si no es con eso no lo hacemos.

Tu te metes pa los barrios y en esos barrios  si hay mujeres putas, putas. Tu las ves que se les pega a aquel, el otro y el otro y no le dan nada. Esas si son. Ellos no ven a uno como uno se ve porque  ellos no valoran a uno como mujer.

Hay muchas mujeres que en realidad  sí vienen acá por sus hijos, pero como hay  otras que no. Hay mujeres que aquí duran una semana sin ir pa su casa. Entonces Todo lo que agarran se lo gastan en ropa, en drogas… Al día siguiente cuando se paran se ven limpias otra vez. No tienen real. A volver a lo mismo. Eso no es vida. No es vida. Agarran más plata que uno, más plata que uno y no valoran la plata que tienen. Coño yo agarrara aunque sea un millón diario coño, que nojoda fuera reuniendo y reuniendo  pa algún día no venir más pa esta huevonada.

Yo fumo mariguana. Pero es porque eso me relaja no sé, al momento de estar con uno hombre tengo la mente en otro lado, porque eso es horrible. Pero no me gusta… no es un vicio porque en realidad no gasto mis reales en eso. Cuando se da el momento fumo y ya, pero no es un vicio.

Ya yo tengo seis años aquí. Todo cuesta real. Todo está caro, ahorita  un sueldo de 300 mil bolívares no te alcanza para pagar la cuidada del niño, pagar el alquiler, comprar pañales por eso es que nosotros estamos aquí. Algunas no estamos por eso, algunas están porque les gusta, porque son masoquistas pero en realidad yo estoy por necesidad. Porque un sueldo no te alcanza para todo eso, si compras comida no pagas la niñera, si pagas la niñera no compras pañales. Si compras pañal no te vistes.

Es así, este trabajo es así. Nosotras sabemos cuándo nos montamos en un carro más no cuando nos bajamos. Porque no sabemos si con la persona que nos vamos a montar vamos a correr suerte de que nos pague y todos nos salga bien. A como nos montemos y pues nos violen, nos maten.



18 jul 2012

Meditando en plena Caracas



Por Fabiola Ferrero



Eran pasadas las 6 de la tarde, yo iba sin pausa pero sin prisa entre el sonido incesante de las cornetas que se ligaba con un hermoso atardecer naranja. Entré al Museo del Transporte. Aún no entendía bien… ¿De verdad es aquí donde tengo que estar?

No estaba nerviosa, pero sí con muchas ansias, entré en un cuarto enteramente blanco, lleno de personas, con pétalos de rosas rojas y amarillas en el suelo. El olor intenso a incienso y frutas y el Buddah en la cabecera de la habitación hizo que se me quitara cualquier duda: “Sí, estoy en el sitio correcto”.

Como si hubiese sido a propósito, para crear una metáfora de mis conocimientos del budismo, quedé sentada a la derecha de un moreno que –según le escuché decir- es nuevo en esto, y del otro lado uno lleno de guindajos y anillos del Om Mani Padme Hum.

Pensé que si no hubiese perdido los míos, tal vez alguien también estaría pensando que sé mucho de esto.

Mi pensamiento se interrumpe por una cabeza calva que se asoma, de tono almendrado, con una túnica amarilla y una sonrisita de lo más cuchi. No podía creer que tuviera tan cerca a aquella lumbrera morena. Me siento como viendo en vivo un documental de NatGeo. Sí, estoy con un genuino monje tibetano. No pude evitar decir en voz alta “Esto es increíble”, mientras el de al lado se reía de mi reacción inocente.

En ese momento, como embobada, no pude más sino verlo fijamente, volteé y noté que todos hacíamos lo mismo, nos reíamos de su acento pero prestábamos una atención que nunca le he dado a ninguno de mis profesores. Era algo en él… Eso que llaman su “vibra”: imponente, pero nada agresiva.  Después de hablar un rato, llegó lo que quería: la meditación. Estaba emocionada.

Él comenzó, por supuesto. Meditó el mantra Om Zam Bala Zalen Dhraye Soha, aunque  lo hacía sin mover sus labios, mientras tocaba un instrumento parecido a una mandolina. En eso los ojos de todos se hicieron tan pesados que no pudimos más que dejarnos llevar por la vibración que ahora estaba en todo nuestro cuerpo.

La energía del cuarto de volvió densa, no podíamos salir de ella mientras la voz del monje estuviera acoplada con la nuestra. La vibración se sentía en la cara, en los oídos, en las manos, en el abdomen. La garganta me palpitaba rápidamente con el canto del mantra, los brazos los tenía flojos y la respiración, tan normal, se volvió un acto consciente. Sentía el aire entrar lentamente a mis pulmones, lo oía en mi interior y lo dejaba soltar recitando.

Esa meditación que tantas veces he hecho en mi cuarto, en mis clases de yoga y en la orilla del mar, eran juego de carritos al lado de este sonido que se sentía en la piel de todos, en esa energía de la que era imposible escaparse si estabas allí. Así seguimos por varios minutos, difíciles de calcular mientras estás en esa tembladera con un ruido tan hipnotizante.

Abrimos los ojos. Volteo para ver si algún tramposo ya los tenía abiertos… Pero nada. Todos nos veíamos como despertando de un sueño profundo, apenas dándonos cuenta de que seguimos en ese cuarto blanco, lleno de gente desconocida. Siento de nuevo el olor a incienso, como si por esos minutos, hasta eso hubiese desaparecido.

Ahora sí, regreso a casa en una noche bastante fría para ser Caracas, y bastante calmada para lo que estoy acostumbrada. ¿O la calmada soy yo? En fin, me fui, tranquila, en paz, sonriente… pensando que esa entrada que me gané en Twitter, va a ser un premio difícil de superar.


Imagen tomada de portubienestar.blogspot

Una noche en el cementerio


Por Jorge A. Botti

Cementerio del Este. Caracas, Venezuela 13/7/12
No la ha visto. Tampoco la ha escuchado. Sin embargo, no descarta que suceda en algún momento.
Alexander Gómez tiene casi 6 años trabajando como guardia de seguridad en el Cementerio del Este y se considera uno de los pocos que podría soportar la noche en la zona de los crematorios.
Sin embargo, no siempre fue de esa manera. De 29 años, pero de apariencia mucho mayor, Gómez recuerda la primera vez que “montó puesto” en esta zona. “Estaba cagao” me confiesa. Compuesto por tres capillas y un cafetín, esta área, instalada en plena montaña, se presta para atemorizar a la gente: los faroles de luces amarillas crean una niebla que diluye la vista y los sonidos del bosque se confunden con aquello que los visitantes no quieren escuchar, pero que se mantiene incesante, acechando.
Parece un susurro detrás del oído. Es el sonido que emiten los hornos cuando están encendidos, dos de ellos para personas y otro para mascotas. “No dormí esa vez”, continúa Gómez. Después de quedarse solo, recuerda que se acomodó en las sillas del cafetín y pasó la noche en vela, atento. Pero en la madrugada escuchó algo.
Las chimeneas metálicas de los incineradores se contraen por el cambio de temperatura en las mañanas, suenan como si se les golpeara con un bate. Gómez aprendió esto con los años, a través de los cuales ha descartado otros temores hasta incluso ayudar en el proceso de cremación. Sin embargo otros miedos aun permanecen, sobre todo uno por encima del resto.
Una niña suele jugar por la zona. Desde antes de la llegada de Gómez, en el cementerio corre el rumor de la presencia de una jovencita de cabello oscuro y vestido rojo que pasea por el corredor que comunica la última capilla con el baño. La han visto correr y jugar con una pelota, además de escucharla reír y divertirse. Aseguran que falleció a los tres años por un accidente de tránsito y que su lápida se encuentra en la parcela más cercana a los crematorios.
“Ni he escuchado ni he visto nada, así que no puedo decir que es verdad”, dice Gómez. Sin embargo, cada vez que le pregunto por ella baja la cara asustado como si temiera que pudiera atraerla.
Arnulfo Carrero asegura otras cosas. De 50 años, tiene 4 trabajando como patrullero/supervisor de zonas en el cementerio y afirma que “de noche se oyen ruidos. Gente golpeando cosas. Una vez nos abrieron los grifos del agua, fuimos a cerrarlos y cuando salimos volvieron a abrirlos”.
Continúo incrédulo a la historia, nunca me han convencido las cuentos de fantastmas. Hasta que Carrero agrega: “Visitantes la han visto, pero no se dan cuenta porque hay mucha gente. Hay otros que ven a la niña sola cuando ya no hay nadie y preguntan: ´mira y esa niña que anda por ahí´?”.
El frío y los sonidos nocturnos me invaden. El aire pesa sobre mí mientras continúo preguntando por la niña a pocos metros de donde yace su supuesta lápida. La niebla me ahoga mientras escucho los crematorios encendidos. Recorre por mi cabeza la sensación de que justo hasta donde llega la luz tenue de los faroles hay alguien. No puede distinguir qué es. No puedo ver. ¿Qué es? ¿Me acerco?
Tal vez en otra ocasión. Gómez y Carrero me recomendaron que me fuera. Eso hice.
Jorge A. Botti

16 jul 2012

Tiempo de sobra

Como es típico de las vacaciones, esos días donde una puede dormir hasta tarde, pasa todo lo contrario. Hoy me levanté a las 7:30 y tengo una reunión a las 12. Tengo tiempo de sobra. ¿Qué voy a hacer para gastarlo?



Me cepillo, me baño, me visto, desayuno, me arreglo y aún me quedan 3.

Me pongo a ver Friends en la sala de mi casa mientras mi mamá me da lecciones de moral recordándome que la TV atrofia el cerebro y preguntándome cómo no me canso de repetir los diálogos. Yo la ignoro y me gasto otros 30 minutos antes de pasar a leer unas líneas de El Cementerio de Praga.

Se me escapa un par de horas sin notarlo y decido salir 70 minutos antes para llegar con calma... Total, tengo tiempo de sobra.

No hay tráfico... Una gran sorpresa en Caracas, por lo que me voy a una plaza cercana a mi destino y me pongo a meditar.

Vuelvo en mí, veo los árboles, el cielo, le busco forma a las nubes, huelo la grama...  veo el reloj. 

Aún tengo tiempo suficiente para ir a mi reunión. En 6 minutos estoy en la puerta del estacionamiento y aunque hay un poco de cola, puedo esperar. Total, tengo tiempo de sobra.

50 minutos después...


Sigo en Parking.

El Seniat decidió cerrar el estacionamiento. Tuve tiempo de sobra y me quedé con las sobras del tiempo.



1 may 2012

De cómo me enamoré de una serpiente de color




¿Saben que dicen que cuando una se enamora siente que vuela? Si es así, yo vuelo a diario, pero con una serpiente. Su color vibrante me llamó desde el primer momento. Su textura cambia... a veces me acaricia, pero llega incluso a quemarme la piel. Me mantengo suspendida en el aire con ella. Subo un poco más, lo más alto que mis brazos puedan llegar, toco el techo a 8 o 9 metros. Me detengo.

Observo el suelo, las paredes a mi alrededor. Respiro, al entrar el aire siento que llega a mis pulmones una calma indescriptible... entonces ¿Por qué mi corazón late tan rápido? Es la adrenalina. Observo a mi serpiente y siento que por estos minutos sólo existimos ella y yo.

Exhalo.  Entorcho el pie, giro, resisto la quemadura de la serpiente coloreada. Debo domarla para una figura con mi cuerpo que me pone de cabeza para dejar caer cualquier pensamiento que no sea volar con ella y escuchar el retumbar de la música que nos acompaña en nuestra jornada aérea. Retomo mi posición inicial y me abro completamente en mis telas, me sostengo con todas mis fuerzas y me tomo el tiempo para ver mis muslos tensos, de par en par, sudados, con los músculos marcados cual carretera.


Así vamos jugando, mientras yo cambio mis pies y mis manos de lugar. La enredo a mi alrededor, bailamos con violines de fondo mezclados con dubstep. De repente me quedo tensa, concentrada... Tengo miedo de que me deje caer.

Suelto el pie. Caigo de cabeza y como siempre, me sostiene por mi tobillo. Aprieto mis labios y mis ojos para evitar lanzar un grito por la fuerza con la que me presiona... "Ya te estás acostumbrando a esta posición", sonrío. Me acomodo, retomo mi pulso y sé que por ahora, este vuelo ha terminado, casi llego al suelo...al mundo real.