Había dejado de contar. Le
importaba poco si era lunes o jueves. Tomás Sánchez vivía días tumultuosos en
Caracas, a finales de la década de los noventa.
Recién liberado
tras perder 8 años de su vida en prisión, sentía que no se había perdido de
nada, porque su situación era igual a la que vivía antes de caer bajo los
barrotes. Sin dinero, con una familia que mantener, y un futuro incierto, le
llevaron a tomar decisiones; decisiones que le darían un vuelco a su vida para
bien o mal.
La travesía
empezó en un avión que deja Venezuela con destino a la isla de Aruba, con
escalas inciertas, pero con un destino en mente; Estados Unidos de América. El primer mundo,
donde se le abren las puertas a todos y donde todos tienen una segunda
oportunidad, un futuro mejor.
Con pasaporte
falso, porque tenía prohibición de salida del país, no podía tomar un avión
directo a los E.E.U.U ya que no tenía visa de turista, entonces se embarca
rumbo a Colombia, pasando por Centroamérica hasta llegar a México. En el D.F
toma otro transporte que lo lleva hasta Hermosillo, ciudad capital del estado
de Sonora, al norte del país, bordeada por uno de los desiertos más secos del
mundo. Desde allí toma un autobús que lo traslada hasta un pequeño pueblo
llamado Aguaprieta, cerca de la frontera, en donde empezaría la real aventura.
Debía
encontrarse con un personaje recomendado por uno de sus amigos, de nombre, Ali,
al que llamaban el chicano, que lo
ayudaría a cruzar la frontera sin ser atrapado por la policía fronteriza
americana.
Tomás, sin
conocer a nadie a su llegada al pueblo, se percata de lo que este significa: El
pueblo vive de la industria de migración ilegal. Son cientos de miles los que
pasan por este pueblo buscando la ayuda de los guías que facilitarían el cruce
de la frontera, mejor conocidos como los “cachalotes” para buscar una mejor
vida.
Gente de todas
las procedencias de México se encuentran amontonadas en los paupérrimos hoteles
del pueblo, la mayoría duerme en las escaleras, y Tomás intenta buscar al chicano en el primer hotel que ve,
cuando justo al entrar es apuntado por hombres armados.
Se extrañan al
preguntarle sobre su procedencia, ya que casi nunca un extranjero pasa por
allí. Tomás ni se inmutó, porque tras vivir la realidad más cruda en Venezuela,
esto más bien era como un largometraje de Hollywood. Allí conoce a uno de los jefes de la
industria, Chullín, y en poco tiempo
de conversación, entablan una buena relación que a la postre lo ayudaría… y
mucho.
El
hombre mexicano, a pesar de todo, era un hombre de valores. Infundía respeto.
Tomás lo observó en el resplandor de sus ojos y sabía que, sin conocerlo, debía
confiar en él. Este personaje se encarga de alojarlo en su hogar, y a los pocos
días, conecta a Tomás con un grupo relativamente reducido que cruzaría la
frontera.
Parten de
madrugada, y en camionetas con las luces apagadas ya que “desde el cielo nos
ven” y tras un corto trayecto de cuarenta minutos, llegan al muro. Apenas
cruzan, el grupo es interceptado por helicópteros y patrullas de policía. Tomás
es detenido y llevado a la estación del servicio de patrulla fronteriza para
ser registrado en la base de datos. Los gringos lo interrogan, le explican que
él estaba violando leyes federales y deciden enviarlo de regreso por donde
vino. Esa misma noche son devueltos a territorio mexicano y, a pesar de que los
“gringos” los vigilaban, Tomás y los muchachos decidieron cruzar de nuevo, sin
éxito.
El problema de
la inmigración en los E.E.U.U es un tema complicado, porque son millones los
indocumentados que, desde distintas visiones de análisis, mantienen la economía
de este gran país rodando y, a su vez, le restan oportunidades de trabajo a los
nativos. La política del país ha debatido sobre qué tipo de leyes se deben
implementar y esto ha traído una polémica que esta lejos de terminar.
La
perseverancia es un factor incalculable para alcanzar una meta. Tomás, habiendo
nadado tan lejos, no iba a dejarse morir en la orilla y por tercera y última
vez, cruza la barrera hacia un horizonte nuevo.
Camina junto a los otros,
alrededor de 100 kilómetros en la penumbra de la noche, por un desierto árido y
hostil, evadiendo cualquier clase de peligros hasta llegar a Tucson, Arizona,
donde su amigo Ali no sólo le esperaba, sino que también le esperaba una nueva
oportunidad de redimirse con la vida, en un país que proyectaba una imagen. La
imagen del sueno americano.
POR KEVIN SCHEPMANS. (@Kevin9208)