Entre
tantos juguetes inventados (las cajas de cartón, los tubos de papel absorbente,
los protectores hechos de pelotitas de aire) nuestro favorito era el tanque.
Mis dos hermanos y yo nos dábamos a la tarea de trancarlo para nuestra
diversión. Tres niños despeinados buscando pleito a las señoras del edificio.
La mejor infancia.
El
patio trasero era todo de cemento. No era ningún jardín lleno de flores. La
colina que tenía tampoco era de grama para lanzarse dando vueltas, sino del
mismo material que el resto. Todo gris,
incoloro, lineal. Las hojas caídas de los árboles, sin embargo, le daban el
tono perfecto al lugar.
No
importaba la época del año, ahí estábamos Jose, Juan y yo llenando el tanque de
esas hojas caídas, a ver cuánto tiempo flotaban antes de hundirse. Juan era el
mandamás, yo lo seguía para todas partes (es el mayor y claro, lo imitaba en
todo). Hoy Juan está muy lejos para seguirlo.
Juanma,
como muchos, se fue de Venezuela. No lo culpo, jamás lo haré, pero cómo me ha
hecho llorar cada vez que trato de escribir esto. Cuando cumplo años y no está,
cuando peleo con Jose y no hay quien me defienda a mi o a él. Europa me trajo a
mis abuelos… pero se robó a mi hermano. Dando y dando, ¿no?
En
esos años escuchamos muchos gritos, de todas las señoras del edificio… (¡Y eso
que nunca me metí a nadar, como siempre quise!) Pero los gritos eran diploma de
diversión. Lo mismo pasa hoy: En el Skype es todo el tiempo una gritadera para
escucharnos, así que sin ellos, no nos divertimos.
Aquí
en la casa que dejó ya no tenemos el tanque, pero hay un faro que hace ruido… Lo podemos callar a golpes juntos, si algún
día quiere volver.
@FabiolaFerrero
Juan y yo en el tanque
Excelente reflexión, me sentí identificado, a diferencia de ti, yo si me bañaba en el tanque de mi casa con mis hermanos, pensé que era el único!. Saludos.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Anibal! Me alegra mucho que te hayas tomado el tiempo de leerlo y más aún que lo hayas disfrutado. Un abrazo.
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