El
bombillo se apagó y prendió brevemente, parecía guiñar un ojo antes de cerrar
ambos por completo. Y con él lo haríamos
todos. La oscuridad invadió las casas, las calles, los pasillos peligrosos, las
aceras. Los caraqueños sintieron lo que es ser ciego.
El
caminar de quienes volvían a su hogar se convirtió en pasitos acelerados tanteando
las paredes. De las ventanas se veían pequeños puntos de luz procedentes de
celulares y linternas, y quizás algún Ipad recién comprado en rebajas. Las
cacerolas no se hicieron esperar y las llamadas iban y venían con las preguntas
de rutina: ¿allá también se fue?, ¿ya estás en tu casa?, ¿es en toda Caracas?
No, no fue en toda Caracas. Fue en toda Venezuela, la ceguera nos tocó a todos.
A unos
más que otros. “¡Escuálidos de mierda! ¡Viva Maduro!” Salía de los edificios de
Misión Vivienda, mezclado con el sonido metálico de otros tantos apartamentos. De fondo los relámpagos se prestaban como escenografía
para aquel teatro apocalíptico. Y uno, desde su casa, apenas imagina la
claustrofobia de los que viajaban en metro, o el susto de los que iban pasando
por una esquina solitaria. Buscaba cargar el Twitter desde el teléfono (sin éxito) para saber por cuáles zonas ya
había regresado, paseaba con una linterna que apenas alumbraba mis pies y escuchaba atenta las voces que susurraban
porque ahora, hasta hablar en voz alta, nos asusta.
Un
farol en la calle de al lado se encendió en conjunto con un par de edificios a
los lejos. Su pobre luz amarillenta hacía ver el parque como una fotografía en
sepia. El ruido de las cacerolas le abrió paso al de la lluvia, el Ávila exhibió orgullosa su cruz, las quejas llenaron Twitter y la noche –ya no
tan oscura- acobijó de nuevo a los caraqueños.
Buen finale, y sí, así fue y sigue siendo en ciertos lugares que están apagados aún.
ResponderEliminarSaluditos.
Gustavo Briceño "Lobo Gris"
Gustavo, gracias por tu comentario. Así es, imagino (espero) que vuelva pronto en todos esos sitios. Que tengas una bonita noche.
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