9 dic 2013

Mi encuentro con Federico Vegas

Lo que pasa con una estudiante de periodismo que comparte a un entrevistado con casi 30 alumnos. Federico Vegas visitó mi salón para que habláramos de su novela "Los Incurables" (y otras cosas también) y esto fue lo que pasó.

***

Su mirada tocó la mía por apenas dos segundos. Tenía el cabello alborotado y sus ojos parecían castigados por la falta de descanso.  Federico Vegas esbozó una leve sonrisa y volvió a su lectura. “Me falló Reverón” confiesa Vegas en Los incurables. El libro que debía ser sobre el pintor dejó que este se le escapara.

La vista de Vegas es difícil de pescar. Es de esos oradores que mueven la cabeza como un ventilador para tratar de hablar con todos, pero poco conversa con uno.  La entrevista, un juego de seducción, se trata de tocarse con los ojos y acariciar con las preguntas. ¿Cómo seducir en un salón lleno de estudiantes? Me falla la impudicia.

“Hutchson no existe” fue la frase que quebró el silencio tímido del salón. Las bocas, hasta entonces cerradas,  se expandieron buscando tragar todo el aire que podían. La sentencia fue una corriente de aire caliente que activó un remolino de preguntas y respuestas. La excusa para la tertulia fue su libro Los incurables, pero se detiene para enseñarnos cómo explicar a un extranjero qué es Venezuela.

-          Con lo que tú le pones a tu carro en gasolina, en
 Venezuela llenamos 800. Y le haces así –Vegas extiende el brazo como si quisiera alcanzar algo a lo lejos- para que él vea… carros.

El salón comparte una risa al unísono. En cada pupitre se ve una edición de su libro al que todos hojean de vez en cuando. Abro el mío buscando alguna pregunta inteligente entre los “farsantes” personajes de Vegas, pero el montón de letras la mantienen bien escondida.  Tendré que guardar la caricia para más adelante.

Dice que no lee, pero cada par de historias saca citas de sus bolsillos. A su despertar le sigue una rutina de escritura para mantener la pluma ejercitada y de vez en cuando, atrapa tras su ventana una mirada melancólica. Vegas, huérfano de nietos, los busca aún en la casa vecina. 

-          Me parece tan bello ser abuelo - se detiene en los recuerdos y retoma las ideas – los que tengan, sáquenle el jugo.

No sé cuántos son, ni sus nombres. Me fallaron los nietos. Vegas se envuelve en sus relatos y es fácil entrar en ellos sin invitación. Cuenta anécdotas de la mañana anterior, de su vida como arquitecto y de sus largos viajes en carro.

-          La cola es ideal para conversar porque el escenario cambia, en un cafetín siempre es el mismo. En la cola cambia lentamente.

Una carcajada rebota de nuevo entre las paredes del salón de clases.  La risa y la reflexión parecen haber frenado cualquier caricia, e incluso bofetón, que tengo guardado.  Me falló el Caso Vegas, pensé después. El tiempo se había acabado.

Ahora sí, con la atención dispersa, tengo al fin una pregunta. Me acerco al escritorio que escondió la mitad de su cuerpo todo el tiempo y le extiendo el libro.

-          ¿Me lo puede firmar?

Me fui con su nombre en tinta negra y me senté a esperar al resto. Mezclado entre los periodistas que salían del salón, Vegas, con  andar lento, caminaba exhibiendo un bolígrafo rojo. Se detuvo frente a mí.

-          -¿Sabes de quién es esto?
-         - Ahora es suyo, aparentemente.
-          -No, qué pena. Te lo dejo para que busques de quién es.

Su mirada tocó la mía apenas dos segundos. Me entregó la encomienda y caminó atravesando los ojos curiosos de alumnos que quedaron con preguntas pendientes.  Me falló la seducción.



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