Lo que pasa con una estudiante de periodismo que comparte a un entrevistado con casi 30 alumnos. Federico Vegas visitó mi salón para que habláramos de su novela "Los Incurables" (y otras cosas también) y esto fue lo que pasó.
***
Su mirada tocó la mía por apenas
dos segundos. Tenía el cabello alborotado y sus ojos parecían castigados por la
falta de descanso. Federico Vegas esbozó
una leve sonrisa y volvió a su lectura. “Me falló Reverón” confiesa Vegas en
Los incurables. El libro que debía ser sobre el pintor dejó que este se le
escapara.
La vista de Vegas es difícil de
pescar. Es de esos oradores que mueven la cabeza como un ventilador para tratar
de hablar con todos, pero poco conversa con uno. La entrevista, un juego de seducción, se
trata de tocarse con los ojos y acariciar con las preguntas. ¿Cómo seducir en
un salón lleno de estudiantes? Me falla la impudicia.
“Hutchson no existe” fue la frase
que quebró el silencio tímido del salón. Las bocas, hasta entonces
cerradas, se expandieron buscando tragar
todo el aire que podían. La sentencia fue una corriente de aire caliente que
activó un remolino de preguntas y respuestas. La excusa para la tertulia fue su
libro Los incurables, pero se detiene para enseñarnos cómo explicar a un
extranjero qué es Venezuela.
-
Con lo que tú le pones a tu carro en gasolina, en
Venezuela llenamos 800. Y le haces así –Vegas extiende el brazo como si
quisiera alcanzar algo a lo lejos- para que él vea… carros.
El salón comparte una risa al
unísono. En cada pupitre se ve una edición de su libro al que todos hojean de
vez en cuando. Abro el mío buscando alguna pregunta inteligente entre los
“farsantes” personajes de Vegas, pero el montón de letras la mantienen bien
escondida. Tendré que guardar la caricia
para más adelante.
Dice que no lee, pero cada par de
historias saca citas de sus bolsillos. A su despertar le sigue una rutina de
escritura para mantener la pluma ejercitada y de vez en cuando, atrapa tras su
ventana una mirada melancólica. Vegas, huérfano de nietos, los busca aún en la
casa vecina.
-
Me parece tan bello ser abuelo - se detiene en
los recuerdos y retoma las ideas – los que tengan, sáquenle el jugo.
No sé cuántos son, ni sus
nombres. Me fallaron los nietos. Vegas se envuelve en sus relatos y es fácil
entrar en ellos sin invitación. Cuenta anécdotas de la mañana anterior, de su
vida como arquitecto y de sus largos viajes en carro.
-
La cola es ideal para conversar porque el
escenario cambia, en un cafetín siempre es el mismo. En la cola cambia
lentamente.
Una carcajada rebota de nuevo
entre las paredes del salón de clases.
La risa y la reflexión parecen haber frenado cualquier caricia, e
incluso bofetón, que tengo guardado. Me
falló el Caso Vegas, pensé después. El tiempo se había acabado.
Ahora sí, con la atención
dispersa, tengo al fin una pregunta. Me acerco al escritorio que escondió la
mitad de su cuerpo todo el tiempo y le extiendo el libro.
-
¿Me lo puede firmar?
Me fui con su nombre en tinta
negra y me senté a esperar al resto. Mezclado entre los periodistas que salían
del salón, Vegas, con andar lento,
caminaba exhibiendo un bolígrafo rojo. Se detuvo frente a mí.
- -¿Sabes de quién es esto?
- - Ahora es suyo, aparentemente.
- -No, qué pena. Te lo dejo para que busques de
quién es.
Su mirada tocó la mía apenas dos
segundos. Me entregó la encomienda y caminó atravesando los ojos curiosos de
alumnos que quedaron con preguntas pendientes. Me falló la seducción.
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